Rajoy en un puño
AL margen de una docena de nostálgicos y alguna que otra piara de cerebros rapados, en España nadie saluda a la romana ni lleva el «Cara al sol» a flor de labios. La historia -que es esa especie de camión de la basura que recorre una noche interminable- sepultó la liturgia del fascismo en la escombrera de la náusea y, hasta la fecha al menos, no hay ningún interés en reciclarla. Cosa distinta es que los muecines progresistas griten que viene el lobo henchidos de fervor sectario y no vacilen en emplear cualquier excusa a fin de darle cuerda al espantajo. Los lobos, claro está, no pasan de ser chihuahuas y los fantasmas ululantes todo lo más son una fantasmada. Ni montañas nevadas, ni escuadras victoriosas, ni luceros del alba. De la ominosa dictadura, por fortuna, no quedan ni las raspas y lo mismo sucede con su parafernalia. A ver quién es el guapo que, hoy por hoy, accede a retratarse brazo en alto si hasta el brazo incorrupto de Santa Teresa se halla en horas bajas. Sólo un chiflado se atrevería a tanto.
Pero si la derecha extrema (un «conceto» acuñado por don Pepiño Blanco en un alarde de agudeza impepinable) es extremadamente cauta, la izquierda, por lo visto, tiene licencia amnésica e inmunidad desmemoriada para mentar la bicha de la revolución sin cortapisas ni peajes. Así se explica que el congreso que ha celebrado la UGBeee -urge cambiar las siglas puesto que la UGT ya no se embala, bala-, fuese una tragicomedia «stricto sensu», de las de ríase luego de haber llorado. ¿Qué simbolizan los puños levantiscos? ¿Qué exigencias plantean? ¿Qué desafío entrañan? ¿A qué juegan aquellos que no se juegan nada? Se les podría mandar a hacer puñetas por si suena la flauta y hacen algo. Aunque, hacer por hacer, lo que más falta hace es recordarles que su presunta superioridad moral es una gigantesca estafa. Airear, por ejemplo, que la retórica gestual que tanto les complace ha estercolado el mundo con cien millones de cadáveres. La muerte solidaria. El horror a puñados.
Bien es verdad que la guinda de la tarta la puso el señor Rajoy convertido en comparsa -naturalmente involuntaria- de ese grotesco festival de los coros y danzas del sindicato horizontal y apoltronado que se vivió en Madrid el sábado. Afirmar que la imagen del líder del PP resultaba chocante en medio de aquel sarao no es un eufemismo en absoluto, si acaso un ejercicio de caridad cristiana. Vamos a suponer, volviendo a lo de antes, que en lugar de acudir a una verbena socialista, don Mariano Rajoy -afable y confiado- hubiese aterrizado, por descuido, en una reunión de falangistas camuflados. Antes de que se disparase el primer flash habría salido disparado. Y con harta razón, qué duda cabe. No obstante, frente a los compañeros de UGBeee hizo de tripas corazón y sostuvo el envite con admirable calma. Un bosque de puños encrespados. Los sones de «La Internacional» borboteando en las gargantas. Y Mariano. Y Soraya.
Pelillos a la mar, tampoco hay que alterarse. Si Moraleda representó a los pobres de la tierra (téngase en cuenta que es un especialista en remolacha) y Leire Pajín a la famélica legión sin pasar por la báscula, Mariano Rajoy y Cía no desentonaban y no hay por qué obcecarse en buscar tres pies al gato. ¿Al gato o a la liebre? Lo malo es tener que estar a la que salta.
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