Recuerdos a gusto del consumidor

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Los científicos están convencidos de que se podría ayudar a la gente a superar sus adicciones
POR ANNA GRAU
NUEVA YORK. En Estados Unidos buscan el suero de la verdad, pero al revés. En vez de investigar cómo abrir los secretos de la mente, buscan cómo mantenerlos cerrados bajo llave.
Científicos de Brooklyn, en Nueva York, afirman estarse acercando al hallazgo de una droga capaz de bloquear unos recuerdos respetando otros. Por ejemplo: que el paciente «olvide» que una vez fue fumador o adicto a la heroína.
O el dolor asociado a la pérdida de un ser querido. ¿Amnesia a la carta? ¿Pero de verdad es eso posible? ¿Y qué consecuencias tiene?
Las artes y las humanidades fantasean con ello desde tiempo inmemorial, valga la redundancia. En «best-sellers» tan antiguos como La Odisea de Homero encontramos el país de los lotófagos. Se llamaban así porque se alimentaban de flor de loto, y eso dejaba la memoria como el culito de un niño recién nacido (y lavado). Uno ya no se acordaba ni de su patria. A Ulises le costó lo suyo sacar a sus hombres ahí en dirección a Itaca. ¿Pero qué Itaca?
Por primera vez la ciencia ve factible la fantasía homérica. El doctor Todd C. Sacktor, neurocientífico que lidera el equipo del SUNY Downstate Medical Center de Brooklyn, lleva tiempo investigando cómo inhibir la enzima PKMzeta, cuya acción hace tiempo que se vincula con las asociaciones neuronales que sostienen como un andamio la memoria a largo plazo.
La memoria no «está» sino que «es», no ocupa un lugar concreto del cerebro sino que se produce cuando una serie de neuronas se agrupan o alían en la vertebración de un recuerdo. Cuando eso ocurre hay cambios físicos, algo así como un fortalecimiento y espesamiento de las células implicadas. La PKMzeta es esencial para garantizar el proceso. Si se inhibe, se pierden recuerdos.
Ensayos con ratones
En Brooklyn lo han probado con ratones de laboratorio. Por ejemplo enseñaban a un ratón que si pisaba determinada parte del suelo de su jaula recibiría una descarga eléctrica. A base de repetir la descarga muchas veces grababan a fuego esta advertencia en el cerebro del ratón, que ya nunca más volvía a pisar el área peligrosa, eludiéndola cuidadosamente.
Hasta que le daban un «chute» del inhibidor de la PKMzeta. Era recibir la droga y olvidar todo lo aprendido. El ratón volvía a caer víctima de las descargas, que le sorprendían como si fuese la primera vez. El equipo de Brooklyn admite que esto aún no se ha probado con seres humanos. Pero en declaraciones a «The New York Times» el doctor Sacktor expresa una fe casi ilimitada en este campo de investigación, que además le fue sugerido por su difunto padre. Él está convencido de que con esto se podría ayudar a la gente a «superar adicciones (que no dejan de ser comportamientos aprendidos), borrar traumas y, en última instancia, mejorar la memoria».
Esto último lo dice al final y como de pasada, cuando en el contexto es bastante más importante de lo que parece. Para empezar esta investigación no sería posible, y mucho menos en en el SUNY Downstate Medical Center de Brooklyn -muy respetable, pero que lógicamente no tiene nada qué ver con instituciones como Columbia o Harvard- dado el creciente interés en la neurociencia, y más específicamente en las ciencias que lidian con la memoria. El alzheimer y otras demencias seniles afines son claramente el próximo gran reto sanitario y farmacéutico para las sociedades occidentales, cada vez más envejecidas. Entonces cada vez salen más fondos para investigar estos temas.
Pero que haya más fondos no significa que no haya que competir muy duramente para conseguirlos. Eso explica a veces cierta tendencia a exagerar en la presentación pública de resultados y de expectativas. Hay quien ha reaccionado al anuncio de Brooklyn acusándoles de «vender» algo que en realidad no se puede hacer. O aún falta mucho.
El argumento es que una cosa es inhibir un reflejo condicionado en una rata, y otra muy distinta bloquear enteras extensiones de memoria humana, mucho más sofisticada y asociada. Cualquiera sabe hoy que la memoria se forma como un jersey que se va tejiendo, y donde cada punto está vinculado con todos los demás. Destejer partes aisladas y encima a la carta sigue siendo para muchos una misión científica imposible.
Pero es que aunque fuera imposible no todo el mundo está de acuerdo. Hay quien presenta graves objeciones éticas: si borramos el recuerdo de un trauma -por ejemplo, si logramos que alguien «olvide» que cometió un asesinato- destruimos también todo posible fundamento de la conciencia moral. ¿Volveríamos todos al estadio salvaje de la infancia, cuando todo lo malo parece que está bien?
Incluso los más nihilistas tienen reparos. Hay a quien le importa un bledo convertirse en la práctica en un psicópata pero en cambio tiene mucho miedo de dejar de ser uno mismo si su memoria resulta alterada. No somos lo que comemos sino lo que recordamos. Como decía un expresivo comentario de un lector en «The New York Times», uno que aseguraba haber estado en la guerra como médico y padecer estrés postraumático severo: «¿Quiero borrar de mi mente esas memorias atroces del campo de batalla? Me gustaría dejar atrás mis pesadillas y terrores, pero quiero seguir recordando que la guerra es algo completamente equivocado. ¿Qué hago?»
El efecto inverso
Otros lectores bromeaban con que la «amnesia selectiva» ya está bastante extendida en el colectivo criminal o en el de los financieros de Wall Street, y abogaban por una droga contraria: una que refresque la memoria de la gente sobre sus propias vergüenzas. Lo cual también puede entrar dentro del campo de investigación emprendido en Brooklyn: trabajando sobre la PKMzeta se puede avanzar en una dirección o en la contraria, en el debilitamiento de la memoria o en su fortalecimiento. Se podría obtener la droga ideal para convertir a cualquiera en un ratón de biblioteca. Pero entonces la pregunta ética que surge es todavía más inquietante: ¿a disposición de quién estaría esta droga, y a disposición de quién no, y por qué y para qué?
¿Le gustaría poder borrar de su memoria los recuerdos más amargos
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