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La ley del grumo de células

ANTE el abismo moral del aborto, un revolvedor nato como Pepiño Blanco, que prendía el mechero para cantar «Gracias a la vida» en la mesacamilla de Mercedes Sosa, debía mostrar un sentimiento defensivo, una escamonería de quien conoce la picaresca de los libros y la picaresca de la vida.

La vida, después de todo, no es más que un valor entendido.

Pero Pepiño Blanco se yergue como una serpiente que se pisa: «El Gobierno no va a dar ni un paso atrás en la ley del aborto.»

Pepiño Blanco se parece a Barry Manilow, pero a veces dice cosas de Dexter, aunque siempre con un argumento científico entre manos.

—La ciencia es una puta cruel con unos tacones de diez centímetros –decía el forense chino de «Dexter» en el episodio de esta semana.

La fanfarronada de Pepiño Blanco recuerda a la de un personaje de Villiers de L’Isle-Adam que exclama:

—¿La vida? ¡Ya se encargarán nuestros criados de esas cosas!

En el Partido, esos criados son los expertos científicos. ¿Qué es un experto? Según la ley de Bohr, un experto es la persona que ha cometido todos los errores posibles en un campo de estudio limitado. ¿Qué es un científico? En España, hoy, un amigo de Martínez. ¿Quién es Martínez? La «gota de leche» de la ciencia zapateril.

Entre los expertos científicos llamados por el Partido a resolver el enigma de la vida hay de todo: cuidadores de linces, aficionados a los toros, niños bien... El odio al capitalismo llevó a uno al estudio de la «drosophila». Otro saltó a la fama rescatando en África a un pajarero caído de un árbol cuando tomaba notas sobre volatería. Y el niño del rector más joven del franquismo —«la más hermosa y noble fundación del hombre: el hijo» (Ruano)— consiguió instalar en el Centro de Biología un interfono de esos con dos botones para llamar a la servidumbre. Todos han llegado a la misma conclusión: es imposible determinar científicamente cuándo empieza uno a vivir. Hombre, en su caso, el día en que se apuntaron al PSOE.

—La vida es un tránsito para el creyente —anota Ruano—. Pero, rebajando de ahí la vida, ya no es un paso, sino la aspiración de algo estable y sólido. De esto saben mucho nuestros revolucionarios españoles, en cada uno de los cuales hay un burgués en proyecto.

La divulgación científica que abreva en las fuentes del CSIC es una de las aficiones que creo compartir con mi dilecto convecino Pedro Fernández Barbadillo. Otra son seguramente las mujeres sabias, como la bióloga Ana Obregón –«soy una cabeza de hombre atrapada en un cuerpo de mujer»– o la «novelista arquitectónica» Rosa Montero, para quien lo que está en cuestión con el aborto es... «un grumo de células». ¿Grumo de células? Sí. En Sevilla, una ortiguilla. Bertrand Russell estimó que el hombre es un ochenta por ciento de carbono y agua, y a partir de las siete de la tarde, algo de whiskey

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