La vieja dama no puede
La OTAN cumple 60 años y merece una celebración. La Alianza ha sido la más exitosa y estabilizadora institución de la postguerra. Sin ella, Europa no sería ni libre ni ella misma. Pero los tiempos han cambiado. Y la vieja dama no puede soportar esto sola mucho más tiempo. La OTAN ha sido el único foro para el diálogo y la solidaridad trasatlántica —también las disputas— durante estos 60 años. Pero hoy hay mucho más en la mesa trasatlántica y los temas van desde el cambio climático a las relaciones con Rusia, de las políticas de desarrollo a la lucha contra el terrorismo, de Afganistán a Irán, de la política energética a las estrategias en África.
Por ello, más que discutir sobre cómo relanzar la Alianza para que pueda con todo esto —este ha sido básicamente el debate estratégico de los últimos 20 años—, la cuestión es que quizás ha llegado el momento de pensar en un nuevo foro trasatlántico para que Europa y Estados Unidos trabajen juntos.
Una razón es que la agenda común abarca mucho más que la protección común frente al enemigo soviético. La otra es que con EE.UU. como «primus inter pares» en la OTAN, la estructura institucional aliada impide que Europa actúe como un socio igual, un objetivo deseado por los países europeos. Estados Unidos y Europa deben pensar en un nuevo tratado que pueda canalizar mejor los discursos de ambos lados del Atlántico.
Las instituciones son importantes, porque aportan un centro de gravedad e inercia cuando la unidad política falla. Esa era la filosofía de Jean-Monnet para la Unión Europea. Las cumbres entre la UE y EE.UU. no son suficientes para cumplir este papel. Un nuevo tratado paraguas entre los dos bloques serviría para reconfirmar el marco de valores comunes y definir los asuntos y políticas en los que la Unión y Estados Unidos quieren trabajar juntos en el ámbito internacional.
Los tratados son importantes por su valor simbólico, como ha demostrado la Alianza Atlántica: Occidente ha construido un legado y una narrativa duraderas en torno a la OTAN durante estas décadas. Y si Occidente quiere permanecer unido en el futuro, las relaciones trasatlánticas necesitan una nueva narrativa para el siglo XXI.
En paralelo, la ampliación de la OTAN y de la UE deberían ser desvinculadas, en vez de ser perseguidas la una con la otra como en estos diez años. Esta cuestión es especialmente relevante en lo que se refiere a Georgia y Ucrania. Su inclusión en la Alianza es percibida como una provocación por Rusia, algo que la mayoría de los europeos no quieren. La relación triangular entre EE.UU., Europa y Rusia debe ser reformada en cualquier caso, pero la OTAN no parece ser la mejor plataforma para hacerlo. Desvincular la OTAN de la ampliación de la UE permitiría que la Unión asuma el papel de estabilizador continental. Mientras, la OTAN sería la alianza militar global que muchos quieren que sea, sumando a países como Australia, para hacer frente a las cuestiones militares que requieran un compromiso colectivo.
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