De cumbres y valles
En menos de una semana los líderes mundiales se habrán visto las caras en la cumbre del G-20, en la del 60 aniversario de la OTAN, en la reunión EE.UU.-UE, y en Turquía. El mundo entero es una gran cumbre. ¿Pero conseguirán algo nuestros dirigentes entre fotos de familia, cenas y otras actividades sociales?
El problema de estas reuniones es que aunque muchas caras se repiten, sus participantes han preferido mantenerlas bien compartimentadas. Y eso es grave porque, en el mundo real, los problemas sí están interconectados. Precisamente, la gravedad de la crisis que atravesamos se deriva de que no sólo afecta a la economía, sino a las instituciones y a los valores. Todo a la vez.
El orden internacional en el que vivimos está en peligro por la suma de diversos factores, dispares si se quiere, pero que se acumulan y refuerzan entre sí: la crisis financiera y económica es lo más evidente; el trasvase de poder económico de América a China e India, más a largo plazo; las ambiciones de una Rusia re-emergente, que están ya encima de la mesa; la difusión de la tecnología, pacífica o letal, fuera de todo control; la amenaza del yihadismo, siempre omnipresente; y la imparable radicalización del islam. Todo eso es lo que está revolucionando nuestro mundo.
¿Es imaginable que se puede hacer frente a todo ello de manera parcial, de cumbre en cumbre? No parece razonable. Los nuevos retos exigen nuevos instrumentos, no las instituciones del siglo pasado. Es evidente que la ONU no cuenta; el FMI y el Banco Mundial parecen dinosaurios camino de su extinción; la OTAN no acaba de encontrar su papel en el mundo; Europa con el agua al cuello; y los EE.UU. sumidos en la confusión sobre lo que son y lo que quieren ser en el mundo.
Más que cumbres, todas estas reuniones son un auténtico valle de lágrimas. Y a nuestra costa.
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