Obama en la vieja Europa
NI los Estados Unidos que representa, ni la Europa que le recibe, son en estos momentos los polos hegemónicos indiscutibles del planeta. La crisis económica mundial ha convertido esta primera visita al Viejo Continente del carismático presidente norteamericano en una especie de peregrinación de la que se esperan resultados milagrosos para las finanzas, para la guerra de Afganistán o para las relaciones con la siempre imprevisible Rusia. Como Barack Obama todavía está en pleno periodo de gracia, probablemente su popularidad no corre ningún peligro a corto plazo, aunque los buenos o malos resultados de las gestiones en esta sucesión de reuniones y cumbres, tarde o temprano se harán sentir en el balance de su mandato presidencial.
La Unión Europea que le recibe está dividida, tanto porque la crisis afecta de manera distinta a cada país, como también porque en ella cohabitan gobiernos de componente ideológico diverso, más allá de aquel simplismo entre la «nueva» y la «vieja» Europa. Hay muchos Ejecutivos nacionales que asisten con la mayor complacencia a la destrucción y el desmantelamiento de ciertas políticas del predecesor de Obama en la Casa Blanca, del mismo modo que hubo países cuyos gobernantes se encontraron cómodos con Washington cuando el presidente era George Bush. Aquellos que tendían a fundir las críticas a Bush con un cierto antinorteamericanismo primario son los que deberían reflexionar más atentamente por qué en estos momentos se sienten inclinados a apoyar a su sucesor y a hacerse una fotografía con él a toda costa, para presumir de relaciones privilegiadas con la primera potencia mundial. Los que piensen que era Bush el que generaba la división entre los europeos corren el riesgo de descubrir que lo único que ha cambiado es la variedad de gobernantes con los que el presidente norteamericano es capaz de estar cómodo.
Tal vez la principal diferencia entre Obama y sus predecesores sea que tiene alguna experiencia vital en el extranjero, lo que sin duda tiene que ver con el hecho de que, por ahora, está dispuesto a escuchar a todo el mundo con una gran apertura de miras. Su gran acierto ha sido el lema de una política exterior que busca hacer más amigos y menos enemigos. Pero en las calles de Londres sigue habiendo manifestaciones antisistema, y tarde o temprano al presidente norteamericano le corresponderán decisiones en las que deberá decidir quiénes son sus amigos y quiénes no.
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