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La rebelión de las mazas

MAITE Alfageme es la periodista que descubrió el voto bobo de la señorita Vega, que, leguleya antes que vicepresidenta, ha tenido que hacer en el padrón bobas laborcillas de monja para defenderse. Pero cuidado con Maite Alfageme, que es inteligente y tesonera como un bodeguero andaluz: uno trabajó con ella en «Blanco y Negro», donde estuvieron a esto de comprarnos un avión «como el de Jean Cau», el entrevistador ante cuyas preguntas los encuestados, recuerda Alain de Benoist, relinchaban como los caballos al ser azotados.

-No se puede aullar contra los lobos y ser parte de la horda.

La señorita Vega vicepreside el gobierno de una democracia que aparenta ya cien años, cuando el ex jesuita Octave Mirbeau declaraba en «Le Figaro» no concebir que nadie votase a nadie como no lo emborracharan o no le dieran cinco duros.

Hace cien años, por cinco duros, nuestros costumbristas echaban humo:

-¿Por qué motivo un candidato le ha de pedir su voto a un elector y el elector no le ha de pedir su dinero al candidato? Y no me hable usted de inmoralidad: el hecho de que usted cobre sus artículos no quiere decir que usted venda sus ideas.

Nuestras costumbres electorales recogen lo mejor del ingenio español. En Alicante, un alcalde de hace cien años, aprovechando que los electores no sabían nadar, puso un colegio electoral en una isla, y otro alcalde había señalado el número de una casa adonde los electores debían ir a depositar su voto; como la casa no existía, el alcalde numeró el azulejo y lo adosó a una pared cualquiera; los electores veían el número y entraban, pero aquella casa era particular y sus moradores decían que para nada querían los votos.

-El sufragio universal es una cosa de viejo podrida -dice entonces nuestro Camba más anarquista-, y para purificarla sería menester una revolución. Sólo que, el día en que hagamos una revolución, debemos aprovecharla para algo más que para cambiar unos diputados por otros...

Algo de eso hay ahora con lo que, más que una revolución, sería una rebelión: la rebelión de las mazas, otra ortegada muy nuestra. («Ortegadas» llama el jesuita Castellani a las fanfarronerías y bravuconadas en que dan las obras de Ortega, «como si el cuarterón de sangre andaluza que lleva en las venas irrumpiese de tanto en tanto en medio de su seriedad catalana».)

Sobre el escudo de madera forrado de pañete rojo de nuestra democracia, la panoplia con maza, que siempre tiene algo bastardo y aldeano -goyesco, en fin- de liarse a palos: Emilio el de Lazcano en una taberna y El Sombrerero de Madrid en una casa sindical.

En «La rebelión de las masas», Ortega profetizó la gran Unión Europea de Naciones.

-Haced la Unión Estatal Europea y vendrá el Milenio.

Ese Milenio ya está aquí y, como muy bien tiene dicho el presidente checo Vaclav Klaus, es un régimen totalitario.

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