Martes, 24-03-09
QUIZÁS sea que mi tensión arterial ande bajo mínimos, o que la recién llegada primavera me haya traído una de las astenias en que suele ser tan pródiga; pero tengo la creciente sensación de que vivimos un momento histórico tan calamitoso y desbarajustado como el que, hasta la Restauración de Alfonso XII, siguió a la revolución que destronó a Isabel II. La agitación y el caos son piezas inseparables de nuestro suceder nacional y, a decir verdad, resulta estéril la comparanza de unas etapas con otras. Unas son malas y otras resultan peores. Lo único que nos permite el contraste de 1868 con 2009 es que entonces y ahora la ciudadanía, toda ella, se quedó sin esperanza. En otros periodos la mantenían viva las izquierdas y/o las derechas, los anarquistas, los independentistas, los caciques, los curas trabucaires, las manolas o los chisperos; pero hasta aquí, hasta ahora, llegó la inercia del insensato optimismo español.
Durante los últimos cinco años, José Luis Rodríguez Zapatero ha ido tejiendo un manto siniestro y oscuro para nuestra convivencia. En el marco de una difícil crisis global, el Gobierno socialista ha dibujado un falso proyecto con aromas confederales que, además de engrandecer los problemas tradicionales de la Nación, ha vaciado de contenidos al Estado y nos ha sumergido en la pobreza. Ahí están, en lo económico, los datos del paro. En el esperpento de Kosovo se puede sintetizar nuestro ridículo internacional y político.
Para lo que resta de legislatura, el Gobierno no cuenta en el Congreso con ningún aliado fiable y un Gobierno sin ideas ni alianzas, andándose por las ramas de la memoria histórica y el aborto, no da más de sí. Tampoco la oposición del PP atraviesa su mejor momento y no aparece ni se expresa cuándo y cómo debiera. Sus problemas internos y su incapacidad para entenderse con otros no permiten alimentar la esperanza de una moción de censura que propicie la alternancia. El PSOE es el responsable y debe ser la solución. Él se sacó de la manga a Zapatero, un líder incógnito y calientaescaños al que las circunstancias electorales, reforzadas por la resaca del 11-M, convirtieron en presidente. Al PSOE corresponde enmendar el mal. El juego responsable de los partidos en una democracia comienza por el control y la coherencia de sus propios actos. Zapatero fue un error disculpable, pero no cabe admitirlo como perpetuable.

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