Pronóstico
LOS chicos de las juventudes del PNV andan difundiendo una curiosa etimología de la palabra lehendakari, que, según ellos, consta de dos elementos: lehen («primero») e idazkari («secretario»). O sea, «Secretario Primero», y no, como yo afirmaba, «caudillo» o cosa parecida.
Supongo que van de broma. De lo contrario, habría que pensar que, además de jóvenes, son un poco gilipollas y se creen todas las batallitas que sus mayores les cuentan. Lendakari, y no lehendakari (que es su adaptación posmoderna, de hace no más de treinta años), fue un neologismo de los muchos que creó el nacionalismo de preguerra, uno de aquellos «terminachos» a los que se refería Unamuno y que tan felices hacían a la inmensa mayoría de los nacionalistas de entonces, que no sabían vascuence. El PNV siguió utilizando la forma lendakari en sus publicaciones hasta después de la muerte de Franco. Y con el significado de caudillo, jefe o similar. El boss, vamos. Estricto equivalente de Führer, Duce o Conducator. Y qué. Era la moda en una derecha que se fascistizaba a medida que se bolchevizaba la izquierda. Las juventudes de la CEDA llamaban a Gil Robles «el Jefe», lo que todavía se rememora, desde la izquierda, para probar que Gil Robles era un facha y para justificar la revolución de 1934 contra la República. Pero Gil Robles no fue fascista, y la liturgia totalitaria de sus alevines le hacía tan poca gracia como a Indalecio Prieto la de las juventudes socialistas sovietizadas, que trataron de lincharlo, por cierto.
José Antonio Aguirre Lecube, primer lendakari y paradigma reivindicado por Pachi López, mostró, durante los años treinta, una cierta propensión a las modas que venían de Berlín y Roma. Su antisemitismo, inspirado en los Protocolos de los Sabios de Sión, era de cuño racista y bastante parecido al de Onésimo Redondo, también antiguo alumno de los jesuitas y brillante abogado. A Aguirre le gustaba el corporativismo mussoliniano, la esvástica (que el PNV prodigaba en su imaginería) y, desde luego, que le llamasen lendakari. Después, el PNV se puso al lado de la República y, más adelante, se hizo demócrata-cristiano, pero, todavía en los primeros años cuarenta, trataba de entenderse con Hitler a despecho de su proclamada lealtad al gobierno republicano en el exilio y del bombardeo de Guernica.
A mí, que el PNV se desprenda o no de su antañona simbología me da lo mismo. Es cuestión de gustos. Creo, sin embargo, que un partido no nacionalista en el gobierno autónomo vasco debería promover otra más acorde con la dignidad democrática que el Himno de la Raza Vasca o la nomenclatura oficial hasta ahora en uso. Pero ya he dicho que no caerá esa breva. Para qué hablar de desnazificación, si está cantado que el PSE acabará pactando con Ibarreche con tal de que Rodríguez consiga aprobar los presupuestos y salvar la cara. Lo más probable es que todos acaben volviéndose, de aquí a unas semanas, contra el pobre Basagoiti, al que previsiblemente acusarán de maximalismo, ya que no parecería verosímil que le endosaran haber aceptado ni una chapela de cohecho. Tarde o temprano, los abertzales de Aralar terminarán ingresando en la casa común de la izquierda, como hicieron antes que ellos los de Euskadiko Ezkerra, aunque les tomarán la delantera los saldos de esta temporada, es decir, el partido de Madrazo. Pero que conste, al menos, que lehendakari y Führer son términos de la misma familia, que la esvástica es la esvástica; la ikurriña, una enseña muy vistosa diseñada por los hermanos Arana Goiri, y Euskadi, el nombre que el PNV da a su cortijo.
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