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El año más negro del Gobierno

EL primer año del segundo mandato de Rodríguez Zapatero está marcado por el fracaso político absoluto en todos los frentes de su acción de gobierno. Tanto es así que su vicepresidente económico, quien debería transmitir confianza a los ciudadanos y a las empresas, muestra en público su melancolía por no estar cesado. La actitud de Pedro Solbes puede calificarse como anecdótica, pero es todo un síntoma de la vacuidad política de un Gobierno desbordado por la crisis y preso de una estrategia de engaño y confusión que si bien dio sus réditos electorales, ahora se vuelve contra él, negándole la sociedad el crédito que habría de tener para conducir al país por la dramática situación que vive. La otra medida del pulso gubernamental la dio la vicepresidenta primera, quien en su nuevo periplo por el extranjero, calificó el balance de este primer año como «razonablemente positivo». Con casi cuatro millones de parados reales, este juicio de María Teresa Fernández de la Vega resulta ofensivo y muy ilustrativo del divorcio entre el gobierno y los ciudadanos. El resultado electoral en Galicia se explica mejor con estas actitudes, entre la arrogancia y la suficiencia, que menosprecian la capacidad de los españoles para medir con acierto la realidad de la crisis.

En efecto, la desastrosa situación económica ha dejado al descubierto las carencias de un gobierno que ya fue de diseño desde que se constituyó -con ese inefable Ministerio de Igualdad- y también ficticio, al basar su discurso de arrancada en la negación de una crisis que todos veían, menos Zapatero y Solbes. A partir de ahí, el Gobierno ha llegado siempre tarde y mal, superado por los acontecimientos, incapaz de hacer un pronóstico aproximadamente acertado y afanado en la improvisación diaria, a falta de un proyecto a medio y largo plazo para sentar las bases de una recuperación sostenida. La crisis ha hecho que los ciudadanos, como en el cuento del rey desnudo, vean con claridad que no hay gobierno al frente del país. A corto plazo, las predicciones son nefastas: una recesión creciente y cuatro millones y medio de parados a finales de 2009, según la fundación de las Cajas de Ahorro. Además, los resultados electorales del 1 de marzo han certificado la defunción de las dos grandes apuestas estratégicas del PSOE desde 2004: el aislamiento del Partido Popular y la alianza socialista con los nacionalismos. La mayoría absoluta en Galicia ha vuelto a dar al PP la condición de alternativa y pone al PSOE en la encrucijada de revisar sus acuerdos con los nacionalistas o perseverar en una opción fallida con tal de no verse en la necesidad de pactar con los populares los asuntos de Estado. La perspectiva de un acuerdo con el PP en el País Vasco es un mal trago para Rodríguez Zapatero.

Por otro lado, las grandes cuestiones políticas siguen sin encauzarse en un proyecto nacional e integrador. La educación, la inmigración, la seguridad o la política internacional están estancadas en las malas decisiones tomadas en la primera legislatura de Zapatero. El modelo territorial desarticulado por el Estatuto de Cataluña aumenta sus fracturas en tiempo de crisis. La situación de la Justicia resume todos los máximos de incompetencia gestora y sectarismo ideológico de un gobierno empeñado, como todos los ejecutivos del PSOE, en neutralizar la independencia de los jueces y la autonomía de sus órganos de gobierno. A estas alturas, una crisis de gobierno, aun siendo necesaria, parece una solución corta.

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