El medallón de Tomás
El torero José Tomás, icono emblemático -¿se dice así?- de la cultura emo, quiere devolverle al ministro Molina la Medalla de las Bellas Artes, que es como cuando las cupletistas devolvían el rosario de su madre, y Gallardón ha corrido a confortarlo con la Medalla de Oro de Madrid, o sea, el Medallón. Se lo dijo a Ullán el chileno Enrique Lafourcade, autor de «Pepita de Oro»: «No me gusta que el Estado envuelva con homenajes a sus intelectuales, porque esto nunca es gratuito, como lo señala el proverbio árabe que dice: «¿Por qué me humillas con tu generosidad?»» Gallardón, que sabe de toros lo mismo que Molina, ha justificado la «humillación» municipal a Tomás con palabras de Sabina, monstruo del verso libre y poeta de cabecera del alcalde, que presume de verso suelto. «Se trata de todo un hombre, de un torero, de un artista...» Mas no se dejen embaucar ustedes con la palabra «arte». Chesterton lo explicó como nadie: «Cualquier hombre con un conocimiento vital de la psicología humana debería sentir la más profunda desconfianza hacia cualquiera que afirma ser un artista y habla mucho del arte. (Morante y Tomás.) El temperamento artístico es una enfermedad que aflige a los aficionados. Es una enfermedad que surge del hecho de que los hombres no tienen capacidad de expresión suficiente para dejar salir y librarse del elemento artístico en su ser... Los artistas de vitalidad grande y sana se deshacen de su arte con facilidad, igual que respiran con facilidad o transpiran con facilidad. Pero en artistas de menor fuerza la cosa se convierte en una presión, y produce un mal definido, que se llama temperamento artístico. Así, los artistas muy grandes pueden ser hombres comunes, hombres como Shakespeare o Browning. Hay muchas verdaderas tragedias del temperamento artístico, tragedias de vanidad o de violencia o de miedo. Pero la gran tragedia del temperamento artístico es que no es capaz de producir arte alguno.» Shakespeare pega en Bilbao, la tarde del Cid y su río de victorinos, cuando nos perdimos la crónica de Gistau. En Barcelona, la tarde de Tomás y su número de «Idílico», pegan Gala, Aguirre, y a partir de ahora, Gallardón y su Medallón.
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