Hacia Rusia con amor
CON CAJAS TEMPLADAS
Rusia nos quiere bien, como ha demostrado el presidente ruso al elegir España para realizar su primera visita de Estado a un país de la UE. Hubiera resultado descortés por parte de Zapatero responder a ese cariño pronunciando palabras como «Anna», «Politkóvskaya» o «crímenes políticos». Si Medvédev afirmaba su «voluntad de impulsar las relaciones», sin precisar el grado de intimidad, nuestro presidente iba más lejos, anunciando la promoción del turismo con un lapsus erótico que Freud calificaría, sin duda, de acto follido. Amor con amor se paga, y no es descartable que por la cabeza de Zapatero pasara la imagen de una gigantesca caravana de solteros y solteras desmelenados ocupando la Plaza Roja. Debe de concebirlo como un reequilibrio de la balanza exterior, pues el tráfico de rusas hacia aquí en busca de un lapsus que acabe en boda fluye a la perfección. Pero nunca lo sabremos con certeza, ya que los pliegues inconscientes que dan lugar a un lapsus linguae son desconocidos hasta para el afectado. ¿Qué quiso decir Bernard Laporte, ministro de Deportes francés, cuando afirmó al desembarcar en Guadalupe que «tenía ganas de ver las Antillas de viva voz»? Imposible saberlo. Nuestra zona de sombra puede hacer daño cuando emerge de forma incontrolada. Que se lo digan al historiador Eric Hobsbawm, a quien el espionaje británico ha denegado el acceso a los documentos que se guardan sobre él en los archivos: hay información de sí mismo que le resultaría peligroso conocer y, a sus 91 años, no le convienen los sobresaltos. En cambio, las viajeras y los viajeros patrios sueñan con la aceleración del pulso que traerá esa tabla de ejercicios acordados por la diplomacia española y la rusa. A no dudar, la relación bilateral entra en fase de esplendor.
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