El reto iraquí

Estados Unidos supo derrotar a las Fuerzas Armadas iraquíes pero fracasó al diseñar la ocupación y reconstrucción del país. Tras años de insurgencia y terrorismo protagonizados por Al Qaida, nacionalistas y restos del baasismo suní y radicales chiíes del ejército del Mahdi, volvemos al punto de partida con la experiencia añadida de haber vivido un conflicto civil. Hoy la sociedad iraquí quiere paz y bienestar, pero eso no es algo que se consiga fácilmente. Nadie lo regala. Hay que ganárselo a pulso cada día.

Obama se comprometió a retirar las tropas en 16 meses, una opción que sólo tenía sentido en una estrategia claudicante: la guerra estaba perdida y había que administrar la retirada. Sin embargo cuando llegó a la Casa Blanca comprobó que la victoria no sólo era posible, es que se había logrado y era una irresponsabilidad ponerla en peligro con una salida apresurada. Obama ha presentado su plan de retirada que, de hecho, supone renunciar a ella: 50.000 hombres quedarán sobre el terreno, cuando en agosto de 2010 finalice el embarque de los restantes. El nuevo presidente ha incumplido sus promesas y ha dado la razón a Bush al seguir su plan de acción.

Con esos 50.000 hombres más las fuerzas policiales y militares iraquíes hay que generar la seguridad suficiente para que el proceso de reconstrucción política y económica de Irak no descarrile por segunda vez. Necesitarán de nuestra ayuda, del fin de la perversa intervención de árabes y persas alentando la violencia y, sobre todo, de una firme voluntad de convivencia.

El odio y el resentimiento acumulado durante décadas de horror no pueden desvanecerse de un día para otro. Si en España hay quien desde el Gobierno todavía quiere ganar la Guerra Civil, es fácil imaginar lo que sienten ciudadanos que han sido gaseados por su propio Ejército o que han visto como sus familiares morían tras ser torturados. Paradójicamente, el sufrimiento de estos últimos años puede actuar como vacuna frente al deseo de venganza.