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Vuelco en Galicia, incertidumbre en el País Vasco

LAS elecciones celebradas ayer en el País Vasco y en Galicia han producido unos resultados que, en su balance final, pueden calificarse en buena medida como previsibles y que resultan coincidentes con las encuestas publicadas por ABC. Por un lado, el Partido Popular ha recuperado en Galicia la mayoría absoluta, con mayor solidez de la que le vaticinaba el mejor de los sondeos preelectorales. Por otro, el escenario queda abierto porque el Parlamento vasco podría llegar a acoger la primera mayoría no nacionalista de su historia, formada por el Partido Socialista de Euskadi, Partido Popular y, probablemente, Unión, Progreso y Democracia.

En Galicia, Núñez Feijóo será el próximo presidente de la Xunta gracias a los 39 diputados conseguidos, mejorando en dos los que obtuvo Manuel Fraga en 2005. Este excelente resultado se produce, además, con un aumento de la participación, lo que demuestra que la movilización del electorado no perjudica a la derecha y que la apuesta por campañas de baja intensidad, que busquen desincentivar al electorado de izquierdas, es un error estratégico del que debe tomar buena nota el PP en el futuro. Con 39 escaños, el PP ha conseguido no depender del voto emigrante, como en 2005, y afianzar su victoria de manera incontestable. Los populares han ganado holgadamente en las cuatro provincias gallegas, tanto en el electorado urbano como en el rural. El proceso de renovación en el PP gallego, sin fracturas ni divisiones, ha triunfado frente a un bipartito cuyo fracaso va a alcanzar al PSOE a nivel nacional, enfrentado a la primera pérdida de poder autonómico desde 2004. El candidato socialista, Emilio Pérez Touriño, ha pagado las consecuencias de una mala campaña electoral y de su manifiesta incapacidad para dar explicaciones a su política de derroche y malgasto de fondos públicos, destapada, casi en solitario, por este periódico. También ha desempeñado un papel importante la política de imposición lingüística, que puso de manifiesto las contradicciones internas de los socialistas sobre este asunto. Con todo, la verdadera dimensión de la derrota socialista la dio el pasado viernes el presidente del Gobierno cuando animó a sus militantes con una frase de la que puede estar arrepintiéndose: «Votar a Touriño es votar a Zapatero».

El País Vasco es una encrucijada particular de Rodríguez Zapatero. Los resultados manejados anoche permitirían forjar una mayoría no nacionalista, que es la única opción que tendría Patxi López para ser el próximo lendakari. Los socialistas han sumado escaños procedentes del Partido Popular y de la redistribución provocada por la ausencia de ETA en estas elecciones. No ha conseguido desbancar al PNV como partido más votado, pero la pluralidad del electorado vasco legitima coaliciones de votos que configuren un Gobierno sin la presencia del ganador. Este escenario sólo será posible gracias a que el PP ha mantenido posiciones, con un retroceso menor al anunciado por los sondeos a pie de urna, nuevamente tergiversados por el silencio de los votantes populares. Los trece escaños del PP serán decisivos para la investidura del líder socialista. No será el único favor que los populares puedan hacer a los socialistas, porque una buena parte de su electorado ha optado claramente por dar su voto útil a Patxi López. En todo caso, sería un error pensar que los populares no están legitimados para reclamar condiciones al PSE antes de apoyar la investidura de López. La experiencia de la anterior legislatura lo aconseja.

La convergencia constitucionalista que no pudo alcanzarse en 2001 sería ahora posible, gracias también al hundimiento de los socios del PNV, Eusko Alkartasuna e Izquierda Unida, sin que la subida de Aralar lo compense. Es evidente que ya no puede hablarse de hegemonía nacionalista en el País Vasco y, por tanto, el cambio de gobierno es una opción legitimada por las urnas. El PNV ha atraído el voto de EA, mientras Aralar ha hecho lo mismo con el del entramado proetarra. Izquierda Unida ha acabado pagando su papel servil con el nacionalismo vasco.

Ahora es Zapatero quien debe analizar si prefiere dar paso a un Gobierno no nacionalista, aunque sea a costa de perder el apoyo del PNV en Madrid, o asegurarse un complemento a su precaria mayoría en el Congreso a cambio de facilitar un Ejecutivo nacionalista en minoría. Si elige la primera opción, no será momento de ajustar cuentas, pero sí de que el PSOE asuma, por un lado, que habrá fracasado definitivamente en su estrategia de aislamiento contra el PP y, por otro, de que las cuestiones de Estado son cosa de los partidos nacionales.

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