Galicia
EN EL AIRE
Galicia tiene una tierra muy oscura, como hecha con la hojarasca de los siglos.
Al fin ha empezado a ararse, una vez que se ha secado la tierra después de tanta lluvia, para plantar las patatas y las primeras coles, donde las mariposas blancas de la col aún no han acudido, como si estuvieran esperando a que prendieran con el relente de la noche. Los grelos, sin embargo, están plenamente florecidos tras los carnavales y entre ellos vuelan ya las mariposas limoneras de alas amarillas.
Las estacas de sauce blanco que se clavaron para sostener el cable del pastor eléctrico, han echado unas ramitas con flores verdes; y las ramas del laurel con sus frutos van a echarse al mar en las nasas para que las sepias entren allí a dejar sus puestas con forma de racimos de uvas negras. Mientras tanto, en la costa, se ven estos días reflejados en el azul del mar las copas rosadas de los robledales, con los botones a punto de desabrocharse, y los troncos y las ramas cubiertos por el verdor blanquecino, al sol, de los líquenes.
También las rías brillan ahora con un azul muy claro y muy limpio, como si los ciclones no hubieran arado sus aguas, y en la tranquilidad de las bateas bajo las que viven, amarrados a las cuerdas, los mejillones, se posan a pescar las garzas, mientras al abrigo de los puertos nacen los alevines de los mújoles.
Toda la vida está aquí de nuevo empezando. Porque en Galicia, cuando ya crees que no podrás más de viento y de lluvia, sale un día como el de hoy, y de pronto se convierte en el único lugar en el que quisieras morirte. Morirte de vida.
Puede que la vida empezara en un lugar muy parecido a Galicia.
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