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¡Atacan a Garzón!

LA Comisión Permanente del CGPJ ha redactado una resolución para exigir que cesen los ataques contra Baltasar Garzón. ¿Atacan a Garzón? Si así fuera la Comisión, más que producir prosa jurídica, uno de los hábitos nacionales más pelmazos, debiera haberse personado en el juzgado de guardia para denunciar el desacato. No es bueno que nadie ataque a nadie. La convivencia exige sosiego y buenas maneras y, según demuestra la experiencia, un juez tan estelar como Garzón cursa, sea cual fuere su actuación, con gran alboroto. Lo de los ataques es nuevo y servirá para enriquecer el mito de un juez justiciero y transformista que, después de ejercer en los tres grandes poderes del Estado, vuelve por donde solía.

El PP ha presentado ante el Supremo una querella por prevaricación contra Garzón. Entienden que su señoría no obró con la diligencia debida, y no se inhibió del caso, al encontrar aforados en su investigación sobre una trama de sobornos en instituciones gobernadas por miembros del partido que preside Mariano Rajoy. Esa querella prosperará o no; pero no debe ser entendida como un ataque que pueda «perturbar» al acreditadamente imperturbable Garzón.

Aquí y ahora, el Estado presenta desconchones que nos avisan de su fragilidad. Si en ese ambiente, mientras las diecisiete porciones que lo integran hacen de sus capas diecisiete sayos, la tendencia a judicializar los hechos de la vida política y la facundia protagónica que ostentan algunos jueces pueden ser elementos que contribuyan a la demolición de ese Estado que, aunque deficiente y con sus poderes sin deslindar suficientemente, es el único que tenemos.

Garzón, en razón de su zigzagueante biografía, no contribuye a reforzar la certeza que puede inducirnos a la confianza en la Justicia. Tampoco personajes como el vicepresidente del Poder Judicial, que son capaces de convertirse en defensores audiovisuales de un poder al que sirvieron, en excedencia -¡malditas sean las excedencias!-, con anterioridad al cargo que ocupan tanto por sus méritos como por las cuotas que pactan los partidos políticos en exhibición de desvergüenza constitucional. Así, con un Poder Legislativo que no es suficientemente representativo, con un Ejecutivo incapaz de enfrentarse con resolución y solvencia a las crisis que nos angustian y un Judicial revuelto y no siempre luminoso, vamos tirando. Lo que no se sabe es hacia dónde.

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