Tentación

ITINERARIOS

Un amigo me tienta con la huida. Cuando a Ortega y Gasset le vinieron a contar que la guerra estaba al caer, unos y otros le preguntaron qué es lo que el filósofo había decidido hacer. «Las maletas», contestó Ortega. Hizo bien. Yo hubiera hecho lo mismo. Ahora mi amigo, paranoico cotidiano, predice que aquí viene una guerra y que hay que hacer las maletas. Me tienta a que lo siga. Que nos vayamos a Thailandia, por ejemplo, donde la vida no cuesta casi nada y vale mucho menos. Allí viviríamos a la espera de que el mundo estallara en bombas y finalmente se calmaran los ánimos. Dice además que no puede soportar el actual ruido de España y que no quiere morir en Collioure, como si no hubiera pasado ya un siglo. Entre Ortega y Machado, escoge a Ortega, más que nada por la supervivencia. A Machado lo celebran en las efemérides, y lo cantan muy buenos cantores, a Ortega lo seguimos leyendo y considerando como una luz. Mi amigo me dice además que este no es país para nosotros, a pesar de ser nuestro país, donde mejor se come en el mundo y donde al sol le cuesta ponerse todos los días. La tentación que mi amigo me propone es grande como el universo, pero la pereza y la costumbre le pueden a mi paranoia, una especie de catarro de la mente que nunca me abandona. Otro amigo me tienta con una cacería con Bermejo. ¿Cómo es posible que quiera seguir cazando con la que le ha caído encima?, le preguntó a mi amigo. Aunque no te lo creas, me dice, él es así: le gusta equivocarse para no rectificar. Tengo, pues, un dilema y esas tentaciones me provocan un estado de ansiedad digno de inmediata hospitalización. Thailandia o una cacería con Bermejo. Debo decidirme por la vida tranquila en ese país de Asia, en cuya capital murió Vázquez Montalbán, o por el morbo de ver a Bermejo de nuevo en una montería, vestido de verde y pana, escopeta en ristre y a punto de disparar sobre la presa prohibida. Para que luego digan algunos que no tengo amigos.