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Acabar con el PP

ESPAÑA es un país tan imprevisible que si alguien nos dice -como Álvaro de Laiglesia dijo del cardenal Segura- que Antonio María Rouco se dispone a tomar la alternativa como matador de toros, lejos de sorprenderse y escandalizarse, lo que debemos es preguntar con el máximo sosiego: ¿Qué día, en qué plaza y cuál es el hierro de los toros? En España, como enseña Francisco Silvela, todo es posible aunque nada resulta probable.

José Luis Rodríguez Zapatero anda ahora empeñado en quedarse sin más oposición que la de los domesticables grupitos nacionalistas de la periferia. Después de haber contribuido al esperpéntico final de IU, tiene ahora como principal objetivo político -¡como si los problemas reales de la Nación y el Estado no hicieran sonar todos los timbres de alarma!- la dinamitación del PP. Es algo de difícil explicación. Zapatero tiene en sus manos algo de lo que no dispone ninguno de sus equivalentes en Europa, el control cuasi omnímodo de los medios audiovisuales y, dentro del PSOE, no hay quien le lleve la contraria. Una oposición como la que lidera (?) Mariano Rajoy, que ni se entera ni sabe defenderse, es el chollo para el leonés; pero al hombre debe pesarle más la saña que la razón.

Los medios informativos próximos al socialismo imperante, en permanente concurso de méritos para merecer el cariño contabilizable del amo al que sirven, se afanan en esa tarea insensata de acabar con el PP y, sobre lo que brinda la realidad, que no es poco, añaden su fantasía y su capacidad para la insidia. En esa línea, al calor de las carreras de espías y corrupciones, se puede llegar a decir, como acabo de escuchar, que «... Correa asegura que le ha dado más de 1.000 millones por adjudicaciones de obras en la época de Cascos». El planteamiento no puede resultar más torticero ni acarrear mayor carga difamadora. Sin duda que, «en la época» de Francisco Álvarez Cascos, hubo terremotos y ríos desbordados. ¿Se los apuntamos en el debe biográfico?

Esa obsesión de Zapatero de acabar con el PP terminará llevándosele por delante. En lugar de disfrutar el privilegio de una oposición inane, desconcertada e inoperante, dividida en guerras de sucesión e interés, se empecina en demolerla. Craso error. La imprevisible España sólo tiene un punto de certeza, un punto con cara y cruz: la acción reverencial frente al poder y la reacción impetuosa contra los excesos de ese poder.

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