Quemados
ITINERARIOS
Quede claro que a Montesquieu, ese muerto recurrente, no le gustaban las monterías. Según me cuentan los cazadores que conozco, ahí se va a tumbar guarros, matar ciervos y, sobre todo, a hacer negocios. El ministro Bermejo, uno de los quemados del Gobierno, va a las cacerías a hablar de tomates. La última zafra le quita el sueño y le hace perder la poca estética que no tenía antes del «affaire». Magdalena Álvarez, que es un incendio por sí sola, se hunde en el sofá para pasar inadvertida ante el delirio del fuego. Solbes y Sebastián, aunque no monten por igual al potro, llevan al aire un aura de quemados que no apagaría ni la dotación entera del parque de bomberos de Nueva York. Bernat Soria, el genio de la ciencia, dormita mientras arde como una falla, en medio de la noche del fuego. En el PP, al otro lado del río y entre los árboles, bailan en tropel la danza del fuego. Tanto jefes como indios se queman en pavesas dándole una brillantez inusitada al espectáculo público. En esas circunstancias incendiarias, casi nadie se preocupa por el pan de los ciudadanos, sino que todo el mundo de la política está sumido en la quemazón tremenda de todos los días. Una hoguera enorme devora la credibilidad y la fe (y la esperanza) de los ciudadanos que ven que, tanto en el Gobierno como en el primer partido de la Oposición, hay poca gloria y mucho quemado irrecuperable. La montería de Bermejo y Garzón no es más que parte del espectáculo surrealista al que estamos asistiendo atónitos y avergonzados. Y, en la cercanía del horizonte inmediato, lo que importa son las elecciones vascas y gallegas y no apagar el incendio que se extiende por los barrios políticos de todo el país. El fuego puede esperar. Lo que interesa a Bermejo es la próxima zafra. De eso, de los tomates, habló con Garzón en la cena privada y en la cacería. ¿Qué podemos hacer con el tomate?, preguntaría Bermejo. Por lo menos poderlo bajo vigilancia, contestaría el juez. Mientras bailan los quemados, (¡danzad, danzad, quemados), el incendio crece como un cáncer imparable.
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