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Marcial Gómez _ Pintor: «Los artistas no somos personas normales»
Domingo, 08-02-09
TEXTO: ARISTÓTELES MORENO
FOTOGRAFÍA: VALERIO MERINO
CÓRDOBA. Sencillamente no sabe de dónde brota esa imaginación desbordada de figuras casi renacentistas y paisajes tristes y brumosos. Sencillamente no lo sabe. Marcial Gómez (Hinojosa del Duque, 1930) siempre buscó un papel en blanco para coger el lápiz y hacer garabatos. La mano se le iba y el cerebro dictaba intuitivamente. Eso es todo. Ahora, tantos años después y con una salud ya quebradiza, repasa con dolor todos aquellos momentos difíciles de la posguerra y aquel entusiasmo innato por el dibujo y la pintura.
-Empecé a dibujar en la escuela. Con ocho años, la profesora me encargó que le llenara el techo de muñequitos, pero dijo que ninguno fuera igual. Yo siempre estaba dibujando.
Hijo de pastor, reconvertido en conductor de autobuses, Marcial Gómez pasó su infancia en la Huerta de la Reina, en los años en que la vía férrea fracturaba la ciudad en dos mitades. De la Guerra Civil recuerda el agujero que causó una bomba y las enormes dificultades materiales de entonces. «Nos daban cinco pesetas por acarrear aceite hasta un vagón y cogíamos carbonilla para alimentar los braseros. Yo ya estoy vacunado contra las crisis».
-¿La guerra cambió su vida?
-En mi casa nunca vi un mal modo. Ni hambre tampoco.
Estudió hasta tercero de básica, porque la economía familiar no podía permitirse demasiados gastos superfluos, y pronto se echó a la calle a buscar trabajo, como miles de niños de la época. Lo encontró en una farmacia cercana a la estación de ferrocarril. Tenía ocho años. Con diez se matriculó en Artes y Oficios y terminó vendiendo paisajes para costearse los gastos de la feria. En esos años, le deslumbró el cómic de Flash Gordon, sus aventuras y su lucha sin cuartel contra el mal. Y su fascinación lo llevó a escribirle una carta a su creador, Alex Raymond, residente en Connecticut, y a enviarle algunos dibujos en el deseo de conseguir algún contacto en tierras estadounidenses. Para su sorpresa, el gran dibujante le contestó amablemente aunque le reprochó que había notado cierto tono despectivo hacia el cómic en sus palabras. Y el cómic, vino a decirle Raymond, es tan importante como puede serlo un Rembrandt.
Se entregó a la creación de cómics ajeno a la disciplina y compuso algunos tebeos, que logró vender en Málaga por una cantidad que nunca llegó a cobrar. Luego, logró un trabajo como vendedor en Rodríguez y Espejo y aunque se convirtió en un empleado eficiente, la suerte quiso que un fabricante llamara a las puertas del comercio buscando un dibujante para estampar alfombras. Marcial Gómez vio su oportunidad, se tomó una semana de vacaciones y se plantó en Palma de Mallorca para aprender la técnica de estampación. Le aceptaron sus dibujos y empezó a abrir mercado en Barcelona, que le permitió dar rienda suelta a su pasión pictórica y mejorar su situación económica trabajando para varias empresas a la vez. «Fíjese usted qué agonías: lo peor es un pobre harto de sopas», ironiza. Exportó sus estampaciones por media Europa y se estableció en Barcelona de lunes a viernes durante nada menos que doce años.
Y a los 45 años, con cuatro hijos y una vida laboral perfectamente acomodada, empezó a pintar sobre lienzo. De sus óleos surgió todo un universo onírico y muy personal, fundamentado sobre una formación autodidacta. Ha sido un trabajador incansable en su taller de pintura. Todos los días, llueva o truene, ha empuñado su paleta de colores mañana y tarde. «En horario de comerciante», subraya socarronamente. Hasta hace exactamente doce años, cuando su salud sufrió un contratiempo que le ha impedido trabajar a pleno rendimiento.
Su vivienda es un pequeño museo del pintor. Hasta conserva algunas planchas de estampación de sus años de dibujante de alfombras. Amable y cordial, rastrea en su frágil memoria para recomponer el andamio vital de su biografía.
-¿Dónde se alimenta su imaginación?
-Ni lo sé. Se me han ocurrido hace un mes unas cuantas cosas que estaban predispuestas a salir algún día. Sin querer te sale el horizonte de la sierra de Córdoba, por ejemplo.
-¿La pintura o la vida?
-La vida. He vivido una vida sensacional. Me iba cada 4 de julio a Cannes, me metía en un hotel y observaba los mejores vestidos y los estampados que se iban a poner de moda.
-¿De qué libera el arte al ser humano?
-De muchísimo. He tenido momentos de pensar muy negativamente sobre mi postura, por no haber hecho más de lo que he hecho o de haber hecho cosas buenas. Me ha interesado poco el dinero. Sí ganarlo, porque me demuestra a mí mismo de lo que soy capaz.
-¿El arte ha sido una necesidad vital?
-No. Yo sería comerciante otra vez, porque en esa época tenía a todas las mujeres comprando vestidos en la tienda. (Risas de su mujer).
-Se sentía usted muy halagado.
-Sí. Tengo anécdotas como para escribir un libro.
-¿Qué le fascinó de Raymond?
-La simpleza, el dominio de las líneas.
-Dígame un pintor.
-Hoy me gustan los modernistas, los que son capaces de hacer de una cosa triste y corriente otra diferente. Reconozco mi orgullo malsano.
-¿Qué significa eso?
-Que tenía mucha facilidad para hacer las cosas.
-Y le cuesta reconocer la valía de otros pintores.
-Sí, sí.
-Dígame un sueño.
-No he tenido sueños tenebrosos ni miedo a tenerlos. Últimamente he encontrado cierta anomalía en la apreciación de las cosas.
-¿Qué le falta a su obra?
-Yo haría todavía más. Pensé que iba a durar 15 o 20 días y cuando sentí las primeras cosas (su enfermedad), dije esto está por aquí cerca. Luego se me quitó ese miedo y empecé a trabajar.
-¿Somos esclavos de nosotros mismos?
-Los seres humanos podemos cambiar. A mí me cuesta trabajo pero creo que soy mejor que antes. Lo que ocurre es que me da vergüenza ser bueno.
-¿De la raza humana qué se puede esperar?
-Soy optimista pero va a costar mucho que cambie.
-¿La enfermedad del artista es la egolatría?
-Sí. Los artistas no somos personas normales.
-¿Qué le entristece?
-Todo. Lloro por cualquier cosa: por un viejo, por un nene chico...
-¿Ha sido lo que ha querido ser?
-Yo me encontré la pintura. Me hubiera gustado ser valiente para dejarlo todo y meterme en una cueva alegre.
-¿Qué distingue al ser humano?
-El raciocinio. Exclusivamente. El hombre hace cosas, pero muchísimas las mejora el animal. Sin lugar a dudas.

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