Una estafa en el Real

En la ópera «La carrera del libertino» que durante este mes de enero está en el Teatro Real -con lo bien que cantan y actúan todos los intervinientes, los principales y el coro y con la estupenda interpretación de la orquesta y su director-, nos han estafado con el desenlace final. El protagonista en realidad «muere», como viene en el libreto de Wystan Hugh Auden y Chester Kallman sobre la composición musical de Igor Stravinski (y así se recoge en el folleto de mano repartido gratuitamente después de haber pagado la entrada). Pero en esta escenografía, que está a cargo de Robert Lapage y Carl Fillion, quienes se estrenan en Madrid con carrera libertina, un enfermero ostentosamente «asesina» en el manicomio con una inyección letal al protagonista Tom Rakevell. No es lo mismo morir que ser asesinado. Traicionar de este modo el guión no es una adaptación artística aceptable, sino un trueque fatal a esa obra. Los espectadores tienen derecho a ver representado el libreto con la consecuencia lógica y la verdad con que fue escrito. Este truco «mortal» y traición «asesina» no pueden escaparse de la responsabilidad del director general, Miguel Muñiz, y del director artístico, Antonio Moral, bajo cuya autoridad se representan las óperas en el Teatro Real. Quiero expresar aquí mi repulsa y dejar constancia de que el público, al aplaudir a los intervinientes, no puede expresar su rechazo más firme por que se justifique un asesinato en un hospital psiquiátrico, indignamente inventado al margen y en contra del texto original, puesto que además de mentirnos cometen una injusticia contra los autores, ya fallecidos y que, por tanto, no pueden protestar. Los aplausos, pues, al menos los míos, van dirigidos a los que aparecen en el escenario, pero no a quienes han trucado desde las bambalinas o la tramoya de modo ideológicamente perverso el final de la obra.

Joaquín Martín

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