Épica y lírica
BARACK Obama le enseñó ayer al mundo, en directo desde Washington, el valor épico de las emociones líricas. Sus últimos discursos, más sentimentales que políticos, constituyen un descubrimiento retórico y conmueven a quienes los escuchan. Tienen, envueltos en el satén de la vieja poesía, el valor de una arenga. Así, sin mayores compromisos, es capaz de hacer vibrar al respetable que, independientemente de su propia posición ideológica, admite y aplaude al nuevo presidente de los EE.UU. y, no lo olvidemos, Comandante en Jefe de sus Fuerzas Armadas. En sentido contrario, nuestros líderes nacionales, Mariano Rajoy más que José Luis Rodríguez Zapatero, tienen el poder somnífero de convertir en versos líricos la Chanson de Roland y, quizá por ello, andamos todos, entre perplejos y desesperados, inmóviles ante un futuro al que sólo los optimistas valoran como incierto.
En España todo es diferente. Los grandes protagonistas de la política, en razón de su constante ejercicio partitocrático, suelen olvidar que en una democracia verdadera todo lo que se gana se puede perder. Dado que el voto es un contrato, y como tal debiera ser entendido por las partes, los electores avalan programas y no traiciones. La traición de Zapatero es evidente, nos ocultó una crisis para triunfar en unos comicios y ahora, nueve meses después, tiene que ser la Comisión Europea quien, en mentís a Pedro Solbes, nos advierta que el paro se aproximará al 19 por ciento de la población activa, como en tiempos del felipismo.
Todo resulta demasiado torticero en nuestra realidad política cotidiana. Mariano Rajoy, a dúo con María Dolores de Cospedal, proponen ahora limitar el poder de las comunidades autónomas en las cajas de ahorros. La iniciativa, sabia y saludable, resulta impresentable por razones de inoportunidad. Es cierto que las manazas de la política perturban el buen orden de las cajas y que, en la mayoría de sus circunscripciones -¿en todas?- los gobiernos autonómicos pugnan por convertirlas en «bancos nacionales» al servicio del poder antes que de sus impositores. Dado que las cajas no tienen dueño -curiosa e histórica circunstancia- quieren apropiárselas.
La iniciativa de los dos primeros nombres del PP merecería aplausos y parabienes de no tener la apariencia del descaro y el disimulo. Mientras Caja Madrid se ha convertido en la pista circense en que los leones de Esperanza Aguirre quieren comerse a Alberto Ruiz-Gallardón, o viceversa, Rajoy mira al infinito y convierte en problema teórico y atemporal el que, en desacato a su autoridad, protagonizan los nombres más relevantes de su formación. Algo nada poético. Ni épico, ni lírico. Prosa barata e interesada y exhibición de un mal uso del poder, del aval recibido con el voto de los electores -ciudadanos- contribuyentes-impositores.
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