¿Llevaba Marx la «kefiya»?
En las tiendas de la madrileña calle de Fuencarral, lo más «trendy», la moda que arrasa en estos días, es la «kefiya» o pañuelo palestino que abriga en los rigores invernales las gargantas de unos muchachos solidarios con Gaza y con las últimas tendencias en boga.
Esos mismos chicos, con su deshinibido estilo de vida, su música rompedora, sus botellones, su barroca peripecia erótico-sentimental y su irreverencia provocarían un pasmo a una sociedad árabe profundamente conservadora.
Si la muchachita que viaja frente a mí en el metro con su «kefiya», minifalda y ceñidos leotardos, se presentase tal y como la veo ante un barbudo de Hamás, a éste le darían los siete males y difícil que se repusiera del susto.
Insólita es la identificación de la izquierda y de la joven modernidad con una sociedad árabe patriarcal, de sagrados valores familiares, obsesionada con el decoro en las costumbres, devota y de lo más tradicionalista.
A algunos de nuestros conservadores, en cambio, les produce urticaria el mundo árabe, pese a que, en el fondo y en la superficie, comparten más valores de lo que unos y otros creen. Esos mismos guardianes de la ortodoxia han convertido a Israel en icono de la derecha española, pese a que en sus orígenes el Estado hebreo tuvo señas de identidad socialistas y a que la historia de la izquierda de la era moderna cuenta con una amplia genealogía judía, desde Carlos Marx a la plana mayor bolchevique, Marcuse, Adorno y los apóstoles de Mayo del 68 Daniel Cohn Bendit, Allen Ginsberg y Abbie Hoffman. Dicho sea sin ánimo de molestar. Algunos de esos izquierdistas fueron profundamente antipáticos; otros, respetables o estimulantes pensadores.
Lo que llama la atención es la fuerza de los arquetipos en el conflicto palestino-israelí. Palabras mayores como holocausto, antisemitismo o genocidio monopolizando el análisis de los hechos. Adscripciones incondicionales y fobias irracionales. Fantasmas del pasado, muertos paseados en procesión y memorias y rencores de difuntos apoderándose del discurso de los vivos. Arquetipos, mitos, abstracciones en un conflicto interminable que, en la dura realidad, se escribe día a día con sangre que nada tiene de abstracción.
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