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Jueves, 15-01-09

El 30 de diciembre pasado, con temperaturas bajo cero, la calefacción en la capital de Bulgaria comenzaba a fallar. Las malas noticias no vienen solas. El proveedor ya había anunciado diez días antes que, a partir del 1 de enero, la factura de la calefacción, que en principio absorbe una buena parte de los ingresos familiares, llegaría a subir un 19 por ciento.
La situación fue empeorando y, en enero, con temperaturas entre 15 y 22 grados centígrados bajo cero, los búlgaros, imposibilitados de calentar sus hogares, sufrían en carne propia la «guerra del gas» entre Rusia y Ucrania. Las escuelas, los hospitales, las maternidades, no podían ofrecer un mínimo de calor, absolutamente imprescindible en este crudo invierno.
Pagar la factura de la luz
Elena, María y Stanka, con pensiones que oscilan entre los 100 y los 110 euros, y Vasilka, de 78 años, que recibe la mínima, de 60 euros, se han visto obligadas a reunirse en el pequeño piso de la primera para poder pagar a final de mes la factura de la energía eléctrica que consume la pequeña estufa en una de las habitaciones, conectada día y noche para poder paliar un poco el frío, ya que con la calefacción central el termómetro no sube a más de 14 grados. Con los abrigos puestos, discuten apasionadamente cómo se ha llegado a semejante situación. Para una, el culpable es «la Rusia de Putin»; para otra, es Ucrania, y las restantes descargan su ira contra el gobierno.
Ha trascendido que el 18 de diciembre pasado, Bulgaria recibió una carta de Rusia en la que le advertía que podrían producirse ciertas perturbaciones en el tránsito del gas por Ucrania. Algunos analistas consideran que las autoridades de este país no prestaron mayor atención a este hecho, razón por la cual ahora la población está sufriendo las consecuencias de semejante negligencia.
Strashimir Dzhumaliiski, investigador de la Academia de Ciencias, afirmaba a este diario que si el gobierno hubiese tomado a tiempo las medidas necesarias, y hubiera recurrido a fuentes de energía alternativas, ya que existían indicios de que habría problemas con el suministro de gas, la situación no hubiese sido tan calamitosa. Como confirmación, una encuesta televisiva del Programa Referéndum, del martes pasado, indicaba que un 63,9 por ciento consideraba que «el gobierno sí pudo evitar la crisis».
Representantes del empresariado -que ayer anunciaban pérdidas hasta el momento cercanas a los 300 millones de euros- afirman que el problema no radica principalmente en «cuándo habrá gas», sino sobre todo en «hasta cuándo estaremos en una situación de crisis latente».
No creer en el Gran Hermano
El año pasado fue el Año de Rusia en Bulgaria, celebrado a bombo y platillos, incluida una visita de Putin. Para Dzhumaliiski, sin embargo, el búlgaro de a pie, incluidos los rusófilos a ultranza, comenzarán «a creer cada vez menos en el Gran Hermano», que es como el régimen comunista machaconamente denominaba a la Unión Soviética. Impresionaba anoche el comentario, en la cadena de televisión bTV, de una niña de escasos ocho años que afirmaba haber estado ilusionada con estudiar el idioma ruso, pero que ahora se lo replantearía, ya que se ha dado cuenta de que «Rusia tiene la culpa de que estemos pasando frío».
Casi un centenar de escuelas en el país se vieron obligadas a cerrar. Margarita Kirova, profesora de inglés en la Escuela número 1 de esta capital, tuvo dos días libres la semana pasada porque, según nos ha comentado, las temperaturas en las aulas «oscilaban entre los 10 y los 12 grados centígrados, y la normativa no permite dar clases con el termómetro por debajo de los 18 grados centígrados». Los alumnos ya han vuelto a las aulas, pero no debido a que los problemas con la calefacción se hayan resuelto, sino porque desde ayer las temperaturas son más benignas, puntualizaba.
El primer ministro búlgaro, el socialista y afamado «rusófilo» Serguey Stanishev, que ayer realizó una visita relámpago a Moscú y Kiev, no ha podido alegrar a sus compatriotas con buenas nuevas. Bulgaria está totalmente atada a Rusia no sólo como único proveedor, sino debido a que no existe ningún otro gasoducto que permita un bombeo alternativo de gas.
¿Habrá pronto alguna solución a esta crítica situación? Los búlgaros suelen decir que la luz en el túnel no siempre indica la cercanía de la salida, sino el tren que se les viene encima. Sin embargo, Margarita Kirova nos comenta con mucha filosofía a la búlgara: «Somos un pueblo con mucha paciencia y estamos muy bien entrenados para soportar privaciones». Cabe preguntar: «¿Hasta cuándo?».

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