«Mujer y guardia civil, 20 años de pasión»
Artículo publicado el 31/08/2008, premiado por la Guardia Civil
Lo advirtió cuando era un hecho consumado (27 de octubre de 1988) un ex militar de la UMD (Unión Militar Democrática), a mayor inri, en un artículo periodístico: la presencia de mujeres causará sorpresas y tendrán que luchar por «imponer su profesionalidad», siendo previsible su paso «con celeridad» a cargos burocráticos y administrativos —como lo recuerda el general Gonzalo Jar—, mucho más cómodos que «batirse el cobre» por calles, caminos y carreteras, ya que, apostillaba, «la herencia genética no perdona». Luego avisaba sobre los posibles «favoritismos», aunque sólo sea porque al jefe le guste tener en su antedespacho a una mujer antes que a «un civil con bigote». Y previno que muchas de ellas podrían acabar casadas con el coronel. Tampoco las mujeres en la Guardia Civil eran una novedad porque desde 1948 prestaban servicio a través de la figura peculiar de la matrona, en general reclutadas entre viudas y huérfanas del Cuerpo, para funciones de control y registro sobre personas de su sexo. Pero ahora no iba a ser lo mismo: llevarían pistola y tricornio, serían iguales. ¿Fue eso lo que asustó al militante de la UMD? Lo cierto es que aquel pensamiento «liberal» era suscrito por un buen puñado de españoles a los que los vientos de la modernidad, pero sobre todo de la justicia y del sentido común, les acabarían poniendo, primero, los pelos de punta, y después en su sitio. Es lo que tiene el tiempo, que no perdona. Y también es a lo que lleva el arrojo y el tesón de aquellas 200 pioneras que de 2.817 aspirantes lograron superar las pruebas de aptitud —el 26% fue eliminado por no dar la talla física de 1,65 y dos se dieron de baja—. Su edad media era de 21 años, un poco más que las de sus 1.500 compañeros de la Academia en Baeza; nueve estaban casadas (una con un guardia civil), tres tenían hijos, cinco estaban separadas y una divorciada; 74 eran hijas del Cuerpo y 30 de militares. Su formación intelectual iba desde el Bachillerato a la licenciatura universitaria. Hasta había una «Miss Asturias». Y también ingresó la hija de un subteniente del Benemérito Instituto asesinado el año anterior por ETA. Porque aquel 1988 forma parte para nuestra vergüenza de los sangrientos años de plomo, cuando los aniquilados por la banda se despachaban con un breve en los periódicos y un funeral de trastienda. Pero eso no las arredró a sabiendas de que su destino podía estar en el Norte. Ninguna de aquellas intrépidas, en igualdad de condiciones con sus compañeros y sin el más mínimo privilegio, repitió curso. El 23 de octubre, mientras Emiliano Revilla seguía secuestrado por el terror, y un civil, por primera vez en su historia, dirigía el Cuerpo —Luis Roldán también fue su primer director criminal y preso—, estas damas juraban bandera. Pasaban con todas las de la ley a formar parte de la leyenda del Instituto Armado. Su objetivo declarado era «cumplir lo que la sociedad espera de nosotras».
Darlo «todo por la Patria», su fin. Sin escatimar el más mínimo esfuerzo. Hasta dar la vida.
María. 20 años en el País Vasco
Esta cabo primero es la dulzura vestida de guardia. Hija de un coronel del Instituto Armado formó con 19 años en aquel patio de Baeza cuando las mujeres irrumpieron en la Guardia Civil dispuestas a comerse el mundo.
También abrió brecha en el servicio de información, adonde ingresó junto con otras cinco compañeras. «Mi elección por la especialidad y en el País Vasco es simple: quería aportar mi granito de arena a terminar con el tremendo problema del terrorismo, que me afecta de una manera especial —la voz se quiebra—, es tal la barbaridad y la injusticia de quitarle a un ser humano la vida y hacerlo por unas razones políticas sin sentido. Cuánto dolor y cuánto daño. Por eso quería formar parte de los que desde siempre más directamente han actuado contra ETA, la Unidad Especial número 1, lo que he hecho durante 20 años». Por eso María, separada de un guardia civil y con dos hijas de 12 y 14 años, no puede enseñar la cara a la cámara ni yo puedo escribir sus apellidos. «Mi padre —me explica— nunca estuvo de acuerdo con mi decisión por la especialidad ni con el destino elegido; de hecho, se lo tuve que ocultar hasta el último momento y aún así fue un drama en mi casa. Eran los años de plomo, y no sólo era tremendo por el número de atentados, sino por el ambiente... Esta época, gracias a Dios, no tiene nada que ver con aquello». Tampoco se parece en nada el Instituto Armado de hoy al que ella ingresó, exclusivamente masculino. «Creíamos que en Información, donde todo es más flexible, la mentalidad sería más abierta, pero no fue así. Fue duro, pero mereció la pena». Se topó con frívolos, escépticos, y compañeros que estaban a la expectativa. «Y luego estaban los que no tuvieron nunca ningún problema y nos facilitaron la adaptación de una manera increíble». La suya fue una vida hipotecada a los 20 años. «¡Pero la motivación era tan grande! Todos lo teníamos muy claro. Había que dedicarle al trabajo las 24 horas del día e inevitablemente te acabas casando con un compañero porque son los únicos que son capaces de entender tu trabajo. Pendiente de cualquier llamada a cualquier hora del día, de la noche; la acción-reacción debe ser inmediata; si hay un dispositivo o han visto a alguien, hay que salir corriendo, muchas veces a Francia, donde se realiza el 80-90% del trabajo en colaboración con la policía francesa, a 800 kilómetros, sin tiempo para avión, zumbando en los coches...»
María vivió una larga temporada en Intxaurrondo. Y allí sufrió tres atentados. «Dije, se acabó. Lanzaron granadas al cuartel y tuve que meter a mis dos hijitas en la bañera, porque era la única habitación del piso que no daba al exterior. Pensé, esto vale para mí como decisión personal que sólo me implique a mí, pero no a ellas. Y ese día mi marido y yo tomamos la determinación de marcharnos del cuartel». Que no del País Vasco. «Si aquí en Madrid es impensable decirle a alguien “hola, me llamo María y soy guardia civil”, pues fíjese allí. Te puedes relacionar con un entorno muy seguro, pero basta que algún conocido, alguna referencia llegue a la camarera del bar donde estamos relajados y pase la información. Ahí está el atentado de Capbreton, donde por una indiscreción... Los dos compañeros asesinados eran del Grupo de Apoyo Operativo, que tantas veces colaboraba con nosotros, como lo hacía con otras unidades. Luego están los momentos gratificantes: la detención de un miembro de ETA nos da la vida». ¿Medallas? «Suelen recompensar bastante bien porque son conscientes de que estás en un sitio donde siempre hay que poner un poquito más, pero no soy de las que más tienen». ¿Se llora mucho? «Algunas veces, pero de rabia; también de impotencia, pero por causas externas a la Guardia Civil, por diferencias sobre cómo hay que trabajar cuando entran en juego factores como la política, sobre todo en épocas de negociación. Hay muchas cosas que los que estamos con el pie a tierra no alcanzamos a ver y que les vienen impuestas a nuestros jefes».
Cuando sus ojos verde agua echan la vista atrás se sonríe. «Quizás el cambio más importante en estos veinte años ha sido que por fin cuentan con nosotras y reconocen que nuestra aportación es imprescindible en algunos casos. Me atrevería a decir que en Policía Judicial y en Información las mujeres son indispensables». María, que desde hace cuatro meses forma parte del Servicio Cinológico, no se separa de un perro que parece que fuera a hablar en cualquier momento. María, la dura María, que se quiebra al decir que no verán sus ojos el fin de la ETA, sin embargo es feliz: la pasión por su trabajo lame esa herida.
Mari Luz Pérez. Piloto de helicóptero
Un día en que como de costumbre impartía clases a unos niños de un colegio de Valdemoro se preguntó «¿y yo qué hago aquí?». Algo que nos habremos preguntado más de uno, pero que sólo los valientes se responden actuando en consecuencia. «Era maestra, pero la Guardia Civil la llevo en la sangre. Es verdad que soy hija del Cuerpo, pero nunca he vivido en cuarteles y mi padre ha hablado poco de su trabajo, no sé... Era ver un coche, un uniforme y algo se me movía dentro. Y ese algo me decía que estaba haciendo lo equivocado. Dejé la docencia y oposité». De eso hace ya ocho años. Los dos primeros en el servicio rural, en Ciempozuelos. Luego, la especialidad. «Volar siempre me llamó mucho la atención e intenté compaginar las dos cosas. Si había logrado ser guardia civil, ¿por qué no ser también piloto? En todas las unidades que he estado siempre he sido la única mujer. De hecho sólo somos dos mujeres pilotos: la capitán Susana, que está en Rota, y yo, en Mallorca. En todo este tiempo siempre he sido uno más, ni tratos discriminatorios, ni favoritismos. En el servicio aéreo hacemos un poco de todo: trabajamos con el Seprona para controlar el urbanismo —aquí, en Baleares, sobre todo en Andratx, hay mucho trabajo, se ríe—, con el servicio fiscal en asuntos de droga, a la busca de pateras... Lo más satisfactorio son los rescates que, además, constituyen el grueso de nuestro trabajo, porque hay montaña muy abrupta, con mucho torrente y barranco y mucho turismo, un cóctel peligroso, ya que mucha gente se mete en sitios difíciles con material inapropiado y tienen accidentes graves, a veces fatales. Y como no trabajamos con grúa tenemos que meter el helicóptero justo hasta donde está la víctima y a veces las palas del rotor se quedan a 20 centímetros de la roca por ambos lados, donde con un poquito de viento... Hemos pasado momentos muy malos, pero la satisfacción de que en el hospital te digan “cinco minutos más y no lo cuenta” te anima para el próximo rescate y hace que merezca la pena tanto riesgo. Es increíble ver la abnegación, la capacidad de sacrificio de los compañeros, cuatro jugándose el tipo por recuperar a uno que a lo peor es un temerario que no lleva el equipo adecuado o que está ebrio, Por eso amo este Cuerpo y lo admiro; no hay otro igual, se lo aseguro. Es gente totalmente entregada. Esto sólo se puede hacer por vocación, porque no hay dinero con qué pagarlo». ¿Y qué han aportado las mujeres? «Un cambio de mentalidad muy grande; a pesar de que, dentro, aun choca que una mujer sea piloto, y fuera también: Ciudadanos rescatados han preguntado nerviosos “¿seguro que lo sabes llevar?”». Entonces en la alférez, que es dinamita pura, estalla la santa paciencia: «Sí caballero, no se preocupe».
María Antonia Quesada. Investigación de accidentes
Otra pionera. Tenía 24 años cuando pasó las pruebas de aptitud y se hizo guardia ante la incredulidad de su propia familia, donde hasta entonces nadie había vestido de verde. «Soy de Úbeda, donde estaba la academia hasta que la cambiaron a Baeza, y allí el que no tiene un amigo, tiene un familiar. No lo podíamos creer cuando nos vimos dentro. ¡Éramos las primeras! Luego, abrí brecha en mi familia: un hermano también se hizo guardia. Al salir de la Academia me destinaron a Casetas (Zaragoza) —allí habían ido a parar muchos de los compañeros de la Casa Cuartel de Zaragoza que la ETA había volado 24 meses antes—, donde estuve seis años. Y qué años, Dios mío. Nada más llegar la señora de un compañero se plantó y dijo que su marido no hacía servicios con mujeres. Ellas eran las que peor te miraban y yo les decía “¡oye, que no vengo a comerme a vuestros maridos!”.
Sólo me faltaba, ¡liarme con un compañero, casado, de uniforme y de servicio! Hubo que romper muchas barreras en el día a día. y aún hoy: le voy a hacer la alcoholemia a un caballero y me suelta “¡encima mujer!” y vuelve a explicar que mi bolígrafo y mi denuncia valen lo mismo que los del compañero». Desde hace 13 años esta guardia es la única mujer en Atestados de Tráfico de la Comandancia de Córdoba. «Cuando llegas a un sitio hay que demostrar más que los hombres, porque a ellos se les supone un valor y a nosotras no. Todo ha sido pasito a pasito. Hasta en el uniforme. Había una compañera que entonces se quedó embarazada y tenía que atarse la falda con una cuerda. Sin embargo, luego yo, con las dos niñas (Fátima y Pilar, como la Patrona, e hijas también de un guardia) llevé unos pichis monísimos». Es meticulosa hasta extremos insospechados. «Aquí hay que hilar muy fino porque en un accidente están en juego muchas responsabilidades, dinero y secuelas grandes. Lo peor es, cuando no hay identificación, indagar entre los familiares. Eso, y que éstos se presenten en el lugar del accidente». ¿Ha sufrido en carne propia un siniestro? «Con mi coche particular, en el casco urbano, una señora se me cruzó. La mayoría de los accidentes son por distracciones. Habrá también exceso de velocidad, pero la gente se mata por poner un CD. Es cuestión de segundos». Y ese tiempo fugaz es el que María Antonia debe atrapar cada día para explicárselo al juez.
Begoña S. M. La única tédax
Hija y hermana del Cuerpo. Nació hace 36 años en cuartel de Pontevedra y hoy vive en otro de La Coruña. Desde hace 10 es guardia civil. Desde hace 6, la única técnico en desactivación de explosivos del Instituto Armado. Dice con una humildad que pasma que su trabajo es como otro cualquiera. «Hombre, requiere una preparación, como todo en la vida. Lo mismo que un conductor de autobuses, del que dependen muchas vidas. Al fin al cabo, peligro lo corremos todos. Lo que pasa en mi caso es que el nombre de la especialidad asusta un poquillo. En el equipo somos cuatro guardias y el jefe, que es subteniente. Pero no pienso en el ascenso porque eso podría significar perder la especialidad y no me arriesgo, tanto me gusta lo que hago. Un trabajo que consiste en labores de vigilancia de puntos estratégicos, prácticas con el robot y el resto del material y horas de oficina para elaborar informes; bueno, y estar pendientes del teléfono. Antes te obligaban a pasar por el País Vasco para la especialidad, pero cuando yo llegué ya no era así, aunque a mí no me importaría porque es experiencia». ¿Qué cualidad hay que tener para dedicarse a esto? «Un pelín de sangre fría, conocimiento exhaustivo y haber superado todas las valoraciones técnicas, psicológicas y prácticas. Y no ser conflictiva porque sabes que vas a jugarte la vida, la tuya y la del compañero. Somos equipos pequeños y hay que capear con todo». ¿Miedo? «Ese poquito que ayuda a calibrar lo que vas a hacer». ¿Se siente un bicho un raro? «No hay diferencias entre hombres y mujeres para nuestro trabajo. Las mujeres son necesarias en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, que deben avanzar igual que el resto de la sociedad. Pero también le digo que ahí fuera hay mujeres que cobran menos por igual trabajo que un hombre y eso aquí jamás. La igualdad es absoluta» ¿Estará orgulloso su padre? «Como cualquier padre». Gallega hasta la médula.
Montse. Homicidios y secuestros
Ser guardia civil es un sentimiento. No lo puede explicar de otra manera esta guardia de 33 años, que pasó por el Ejército y saltó al Instituto Armado movida por una pasión tal que ha contagiado a su marido, ex empleado de una empresa de seguridad, que también porta triconio desde la penúltima promoción y ahora es guardia en prácticas. También es la ilusión de su infancia en Intxaurrondo, donde se crió, y la satisfacción de un padre, que la vio entrar en la academia y luego ya no la pudo ver salir. Hoy él vive en el entusiasmo de Montse. Y en el orgullo de una madre que sacó adelante una familia numerosa con el sueldo de un guardia. Lo mismo que ella, que no quiere ascender por miedo a perder su especialidad en el Grupo de Homicidios y Secuestros de la Unidad Central Operativa (UCO) con el inevitable cambio de destino que conllevaría. «Me dolería verme volcada en otra cosa porque a lo que nos dedicamos es al fin más noble: no hay nada más injusto que quitarle la vida a alguien. Por eso las motivaciones para hacer mi trabajo son tan fuertes y no pesa echar horas, ni hacer trabajos pesados». Pues en CSI trincan a los malos en un pis-pas. «Operaciones de libro hemos tenido pocas. Lo nuestro es mucho trabajo; hay cosas que no se enderezan, que no encuentras». ¿Existe el asesinato perfecto? «Los hay más precavidos —las series televisivas dan muchas pistas— y puede haber un cúmulo de casualidades favorables al criminal. También hay mucha gente que se niega a colaborar. Es indignante. Y es verdad que los criminales se han ido haciendo más fríos, al amparo de unas leyes muy garantistas que protegen mucho al delincuente. Por eso lo más gratificante es dar satisfacción a la familia de la víctima. Eso nos mueve. ¿Lo peor? Tener indicios claros y fuertes y no conseguir una prueba fundamental; y también es terrible los crímenes de niños, que yo no he tenido, aunque sí secuestros como el de Jeremy». En su grupo sólo son dos mujeres. «No quiero pensar que nosotras lo vemos todo. Somos un equipo; pero es verdad que somos muy meticulosas». ¿Se mata más que antes? «Se le da mucha publicidad. El crimen vende mucho, somos muy morbosos: mi marido asistió a un hombre que se había tirado al tren y tuvo que apartar a un montón de gente que como loca tomaba fotos». Dolores Acosta. Comandante de puesto
Esta sargento soñaba con servir a España. Primero en las Fuerzas Armadas, luego en la Benemérita. «Más estabilidad, mejor sueldo, más promoción y más contacto con el ciudadano». Tras cuatro años en un equipo de Policía Judicial en el aeropuerto de Barajas, fue destinada como comandante de puesto a Villa del Prado (7.000 habitantes), en Madrid, para sustituir a un sargento que había ocupado esa plaza veinte años. Un reto. «Fue un poco impactante, más que por los compañeros por los propios ciudadanos. Pero me he hecho respetar acercándome a ellos con la participación en todas las actividades del pueblo, incluso yendo a misa todos los domingos para que me sintieran más cerca aunque no sea muy creyente. Tengo a mis órdenes a diez guardias. La seguridad ciudadana, que es nuestra dedicación, es la especialidad más antigua y la que lo engloba todo. Hay que saber de medioambiente, tráfico, información, extranjería... Un trabajo muy absorbente con dedicación exclusiva 24 horas: vivo encima de la oficina y el timbre de atención al ciudadano que hay en el puesto, como en todos, suena en mi casa». En septiembre se presenta para alférez. Otro sueño: ser oficial. Y volver a la Policía Judicial. Su pareja, que es sargento, ha aplazado el intento de ascenso: dos cambios de destino a la vez serían absolutamente incompatibles con una vida más o menos familiar. «Ahora —me dice— somos nosotras las que tiramos del carro». Suerte.
Beatriz Maestro. Un sargento para la Prensa
Fue niña de cuartel, allá en Navas del Rey, y la única de tres hermanos —los otros varones— a la que nadie preguntaba “¿y tu no quieres ser guardia civil? Así que acabó la selectividad y lo soltó. Al padre se le cayó la baba, claro; y a la madre se le encogió el corazón. Ingresaba en el Benemérito Instituto diez años después de que lo hicieran las pioneras y su destino fue el servicio rural, justo al cuartel que la vio nacer. Entonces los compañeros de su padre fueron los suyos. El ascenso a sargento la llevó a la Oficina de Relaciones Informativas y Sociales (ORIS) de la Dirección General donde hace lo imposible porque se conozca la labor de cada día. «Vengo de abajo y sé lo que cuesta estar en la calle, tratar de solucionar los problemas de la gente, tomar decisiones... Al final, es la mejor recompensa a la dureza del trabajo». Por eso le duele el descarte diario en la información que maneja sobre todas las operaciones de todas las unidades. Un mundo. Siempre con la objetividad como bandera, con la luz en la cara cuando la noticia es la aprehensión de droga, la detención de un criminal o la desarticulación de un comando. Y haciendo de tripas corazón cuando el anuncio es el asesinato de un compañero, como el de Fernando Trapero, en Capbreton, «polilla» como ella. «Me vi en él». Y en la abnegación, el sacrificio y la ilusión. Es la pasión sin límites. La que late, para todas ellas, en la entrega total. Un «todo por la patria» sin peros.
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