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Conor

EL pasado día 18 murió, a sus noventa y un años, Conor Cruise O´Brien. No habrá sido el más importante de los intelectuales europeos del siglo XX, pero sí el que más influyó en mí, y le debo un elogio público. Mi intento de divulgar su obra en España se saldó con un fracaso de antología. La editorial que publicó sus Voces ancestrales, con prólogo mío, vendió apenas cien ejemplares (sospecho que a bibliotecas universitarias), y es prácticamente imposible dar en las librerías con sus otros dos libros traducidos al español: una colección miscelánea de artículos publicada en México y un breve ensayo sobre Camus. A Conor lo visité hace diez años, en su retiro de la pequeña península de Howth, al norte de la bahía de Dublín. Había sufrido un infarto pocas semanas antes. Aún mostraba una aparatosa herida en la frente y cuidaba de su mujer enferma, la escritora gaélica Máire McEntee, mientras se dedicaba a revisar el manuscrito de sus memorias, que aparecerían meses después, dedicadas a la memoria de su última editora, su hija Kate, recientemente fallecida. Los esposos O´Brien vivían solos en una modestísima casita de una sola planta -situada, eso sí, en un impresionante paraje de la costa irlandesa- a sólo unos metros de la rotonda más concurrida por los dublineses durante los fines de semana.

La valentía de Conor era proverbial. El ciudadano de la República de Irlanda más odiado por el IRA había rechazado toda protección policial y, como recordaba su amigo Ernest Gellner, cortaba las referencias ajenas a la situación de riesgo en la que vivía con una frase desdeñosa: «Si se proponen matarme, ninguna medida de seguridad lo va a impedir». Cada domingo, desde su columna de The Irish Independent, arremetía contra el nacionalismo y defendía a los unionistas del Ulster. Fue la única voz pública que se opuso, en Irlanda, a los acuerdos de Stortmont. Y lo hizo desde una radical afirmación de su identidad irlandesa. The Cruiser, «el Crucero», como le llamaban sus amigos, había sido ministro de Correos y Telégrafos de la República y delegado de su país en las Naciones Unidas. Como político, su gestión nunca fue demasiado afortunada. Tendía a tomarse en serio los principios proclamados por las organizaciones que representaba, y así, su veto a los propagandistas del Sinn Fein en la radio y la televisión a comienzos de los setenta, cuando estalló la violencia sectaria en el Ulster, no le hizo precisamente popular. Peor le había ido en el Congo, en 1961, cuando intentó hacer cumplir las resoluciones de la ONU y ordenó a la fuerza internacional a su mando desarmar a los mercenarios al servicio de los secesionistas de Katanga, provocando un enfrentamiento en el que varios cientos de cascos azules fueron asesinados.

Conor era un hombre de izquierda -ha terminado sus días en el seno del laborismo-, pero nunca se plegó a las políticas oportunistas de alianzas y acuerdos con el nacionalismo, lo que le llevó a enfrentarse con los suyos a raíz del pacto de éstos con Gerry Adams y los minoritarios unionistas de Trimble (que inspiraría la formación del frente nacionalista de Estella entre los nacionalistas vascos -de ETA al PNV- e Izquierda Unida). Supo además encontrar valores cívicos y antitotalitarios en la tradición conservadora británica, especialmente en la obra de Edmund Burke. Ha sido la mayor autoridad contemporánea en este último, del que resaltó -en la línea de Yeats- su oposición frontal al colonialismo. La reivindicación de Burke le valió ser asimilado a los neoconservadores americanos, pero Conor no tuvo vinculación alguna con dicho grupo. Fue siempre, como ha observado Brian Fallon en The Guardian, un maverick, un solitario, y la prueba viviente de que se puede pensar con originalidad y acierto desde la periferia, siempre que la inteligencia vaya acompañada de una ética fuerte. Partió de sus raíces familiares, entrelazadas con la historia del nacionalismo republicano irlandés, y sometió esa tradición propia a una devastadora crítica racional, sin concesiones al sentimentalismo de las engañosas y vengativas voces de la memoria histórica.

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