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ABC Cultural

«Como en casa en ningún sitio»: La gomina y sus males

¿Qué nos atrae? El desparpajo, la frescura, la originalidad, la trasgresión inocente de las reglas sociales, los jetas simpáticos, el salirse de la raya... De todo eso -más la explosión desenfadada de unos cuantos tarados reflejados en unos «sketchs» ingeniosos, marginados en sí mismos- nos ofrece Seth Gordon durante casi una hora de proyección.

Así que de una película en apariencia inerme, la clásica tontada norteamericana, se empieza uno a creer cosas y, sobre todo, se empieza a caminar hacia un mundo surrealista formado por una serie de familias partidas a cual más descerebradas. Se consigue así entrar en la cabeza alborotada de unos personajes pintorescos, absurdos e irreales.

Y de pronto, en el desenlace, a esa retaca con ojos de chihuahua que atiende por Witherspoon le da un «yuyu» ordenado y ridículamente impuesto por los directivos de márketing de Hollywood para mandar, de inmediato, todo el trabajo a la basura. Una bajada de pantalones total ante los convencionalismos sociales, una repetición de lo visto mil veces: la familia y los hijos ante todo, la casa, las facturas, la televisión, la hipoteca, todo a la espalda de los que habían logrado eludir con imaginativa habilidad la misma farfolla aburrida de siempre. Una estúpida manera de tirar al vertedero un buen planteamiento y una cierta frescura que acaba en nada, en el mismo pergamino ajado de siempre. Habría que hacer algo con estos directivos «mataartes» de gomina en la cabeza y nada dentro, y que no fuera bueno.

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