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Luces y tinieblas

Hay asuntos que no se mueven, como la mayoría, entre las luces y las sombras: por su especial sensibilidad, y por el consiguiente efecto en la opinión pública, se abisman en las tinieblas en cuanto se abandonan las luces. Uno de ellos es la lucha antiterrorista, en la que la pusilanimidad y la falta de energía juegan siempre a favor de los criminales. Se habla mucho de que la paz no tiene precio, pero lo tiene, sin duda, el coste de una batalla sin descanso, el esfuerzo por mantener en vigor las instituciones y el precio de defender la democracia y los derechos humanos, que nunca son un regalo gratuito. Precisamente por ello, la lucha antiterrorista -que forma parte indeleble de la arquitectura de las libertades cuando para su sostenimiento es precisa- debe tener siempre presente que la democracia es un sistema de opinión pública y, por ello, debe contar con ella. La lucha antiterrorista necesita, por tanto, pedagogía política, empeño por contar con los ciudadanos en el esfuerzo que comporta, apoyo social.

Todo ello no quita que, como cualquier objetivo (político o personal), necesite una estrategia adecuada y la inteligente habilidad para conseguirlos. Pero ninguno de esos pasos puede prescindir del respaldo ciudadano y escudarse, como tan a menudo se hace, en el requerimiento de una confianza ciega en los gobernantes que en ningún caso es exigible ni conveniente. Si el funcionamiento de la democracia no está sometido al ejercicio de convencer y al control público el resultado sólo aparentemente es eficiente y, en el fondo, resulta inconveniente, es decir, se aleja de la democracia misma.

Lamentablemente, los llamamientos a la confianza en vez de la exposición de argumentos convincentes es, entre nosotros, demasiado frecuente. José María Aznar, para luchar contra el terrorismo internacional cooperando en la invasión de Irak, acudió a ella, debíamos confiar en quien, como presidente, sabía lo que realmente nos convenía por encima de los sentimientos, las percepciones y las ideas de la mayoría. No tuvimos aquí el debate que, por ejemplo, se dio en el Reino Unidos, cuyo Gobierno no sólo cooperó sino que envió tropas en la coalición internacional. José Luís Rodríguez Zapatero, cuando en la pasada legislatura intentó un «final dialogado» del terrorismo de ETA, también pidió, en vez de dar explicaciones, confianza en quien se presentaba como sabedor de lo que otros ignoraban y garantía del éxito final. Y lo siguió haciendo, mientras fue posible, en contra de las evidencias y de la tozudez de los hechos.

El presidente y sus colaboradores más cercanos en esta materia deberían haber aprendido. Quizá sepan a estas alturas que en la banda terrorista no hay resortes internos para terminar con la violencia, que el terrorismo forma parte de su entraña y de su ideología y que, por ello, sólo la persecución policial, judicial y política puede acabar con ETA. Los éxitos de las fuerzas de seguridad y el discurso gubernamental parecen avalarlo aunque en ocasiones el cirujano -por aludir a la metáfora en que quiere encarnarse el presidente- se vea un tanto desconcertado, más miedoso de que su bisturí dañe «el corazón del pluralismo» que de que su inactividad lo destroce del todo. Pero parece que la segunda parte de la asignatura está aún pendiente y, en estos últimos días, lo hemos vuelto a constatar.

La decisión de acercar al País Vasco a algunos presos de ETA -y alejar a otros, como añade el ministro Pérez Rubalcaba- se ha tomado, sorprendentemente, sin las debidas explicaciones por mucho que se quiera presentar como conveniente no por el argumento oficial sino por la reacción de la propia banda que lo que quiere es que se trate a todos los terroristas por igual. Como podemos fiarnos de ETA a la que no le gusta el acercamiento decidido, se viene a decir, tenemos que fiarnos también del Gobierno sin más, sin control, sin razonables explicaciones. No es serio. Cuando Federico Trillo, responsable de estos asuntos en el PP, aduce que la decisión puede ser acertada «si se hace bien» no se disipan las dudas. Como ya es habitual, el político popular no acierta con la pedagogía de su programa ni con la fundamentación seria del consenso antiterrorista y, en este caso, da la impresión de que, en el fondo, no sabe si se está haciendo bien o no.

Así que, confusión sobre confusión, lo que falta, si no es «otra» política, es la argumentación clara de «ésta» para que no nos adentremos en las tinieblas. Sin ella, en estas graves cuestiones, no se acierta ni... acertando teóricamente.

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