Cataluña del revés
EL nacionalismo catalán se sostiene sobre el argumento virtual de que a mayor descontento con España, más aspiración soberanista en Cataluña. Véase desde una perspectiva contrapuesta: a más soberanismo, más insatisfacción en la sociedad catalana, menor autoestima, más desafección institucional, más pasividad ante la vida pública. Eso es lo que estamos viendo ahora. La insatisfacción política de la ciudadanía catalana -según los sondeos de la propia «Generalitat»- ha alcanzado su puntuación más elevada, hasta un 72,2 por ciento de los encuestados, a falta del impacto de la recesión económica. Es pues postulable que, a cuanto más nacionalismo, más insatisfacción. El nuevo estatuto que iba a ser la catarsis histórica de la nación irredenta fue aprobado con tal grado de abstencionismo que no alcanzaba los mínimos -ni la mitad del censo votó- que se consideran legitimadores en refrendos de esta naturaleza. El incumplimiento del nuevo estatuto es flagrante. Hay pocos políticos catalanes con cierto sentido de la responsabilidad que no reconozcan en privado que todo el proceso estatutario fue un emplasto, innecesario y contraproducente.
En aguas tan revueltas, Esquerra Republicana se ha empleado a fondo en la patochada y el improperio, en el altercado pedestre con las instituciones que son la estructura de equilibrios de la España constitucional y por tanto autonómica, generando nuevas esferas de descrédito público en toda Cataluña. Se está a la espera de que el Tribunal Constitucional se pronuncie sobre el estatuto. Toda suerte de modos demagógicos están a disposición de los políticos tanto del tripartito como de la oposición, pero sin otra dinámica posible que la regresiva: cuanta más nación catalana, menos sociedad civil. El recurso al victimismo fiscal tiene escaso grosor si consideramos la dimensión recesionaria en la que toda España está ingresando.
De ahí el considerable error de CiU -seguramente, Converg_ncia más que Unió- al desprenderse de los vestigios centristas pasando del autonomismo al soberanismo para no ser superados en el flanco nacionalista por ERC. No es sano ir olvidando que los mejores resultados de CiU en unas elecciones generales fueron al practicar la inserción con la «Operación Reformista». En manos de los nuevos talibanes, CiU ha ido perdiendo de vista su modelo económico-social y sus valores de centro-derecha. En estos momentos, ni los propios militantes de CiU saben en qué coordenadas está su partido. Montilla y el PSC aprovechan ese vacío para ocuparlo: de ocupar, saben, aunque su concentración de poder es proporcionalmente inversa al porcentaje de insatisfacción de los catalanes. A rastras de ERC, lo que era CiU entró en el laberinto de las identidades evaporadas, quedándose con Sant Cugat del Vallés como mayor núcleo de poder municipal.
Es tan infantil la creencia de que, contra España, Cataluña vivía mejor que tanto más contrasta con los índices constantes de pertenencia a España -en doble pertenencia, como es costumbre- y de aceptación de las normas del juego. Al margen se sitúan los políticos en busca irreflexiva del voto perdido y parte de las nuevas generaciones educadas en la inmersión lingüística y en una historia de Cataluña desgajada de su encaje durante largos siglos. No poca responsabilidad corresponde a los gobiernos autonómicos de Pujol. El posibilismo que alentó aportaciones parlamentarias en la Carrera de San Jerónimo y que acopló los pactos del Majestic era una práctica que se simultaneaba con el maximalismo lingüístico y una política mediática ajena a la realidad bilingüe de la sociedad catalana.
En tono quedo, Artur Mas ha hecho su propuesta de un referéndum sobre el esquema estatutario originario, puesto que una sentencia condicionada del Tribunal Constitucional representaría la «condena a muerte del autogobierno catalán». No es que sea exactamente la actitud de Ibarretxe: lo grave es el empeño en olvidar que el «Estatut» sólo fue aprobado por un 30 por ciento del censo electoral. Jordi Pujol considera que los catalanes están dimitiendo de su condición de tales. Por su parte, Montilla pretende controlar a ERC y a los eco-comunistas pero con un resultado tan parco que por ahí anda suelto el diputado Tardà mientras que el hiper-control ecologista paraliza la obra pública y frena la inversión extranjera. Montilla concentra mucho poder pero simbólicamente lo ha dejado en manos del primitivismo de ERC. Véase Cataluña del revés: a más soberanismo, menos ciudadanía.
vpuig@abc.es
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