Nuestro falso Obama
PARA sazonar la entrevista que hizo a Zapatero, al redactor del Washington Post Jim Hoaglan no se le ocurrió otra cosa que compararle con Obama. «Ambos nacieron el mismo día, con un año de diferencia, ambos son altos, delgados, aficionados al baloncesto, ambos tienen dos hijas», escribió. Pero las semejanzas se acababan ahí y, al pasar a la política, Hoaglan tuvo que reconocer que las ideas de Zapatero sobre el matrimonio homosexual, el divorcio exprés y el suicidio asistido «no tendrían cabida en el programa de Obama». Si hubiera profundizado un poco más, se hubiera encontrado con dos personalidades no ya distintas, sino opuestas. A Obama no se le ha cogido nunca en mentira, incluso en las cuestiones más espinosas. Nos lo ha vuelto a demostrar al advertir al país que se encontraba en «una crisis de proporciones históricas, que exigirá grandes sacrificios por parte de todos». Mientras Zapatero no ha hecho más que mentirnos desde que llegó a la presidencia. Antes, tendríamos que preguntar a su familia, pues nadie había oído hablar de él. En cuanto a la crisis, negó su existencia hasta que no tuvo más remedio que reconocerla. De sacrificios, ni palabra todavía. Este es nuestro Obama, Mr. Hoaglan.
Pero su principal diferencia con el Obama auténtico no es su alergia a la verdad. Es algo más grave en un político: mientras el presidente electo norteamericano busca conciliar y unir a sus compatriotas ante los desafíos que tienen delante, nuestro presidente sólo busca dividir y enfrentar a los españoles. Obama viene a cerrar heridas. Zapatero viene a abrirlas, a reabrirlas mejor dicho, sean ideológicas, religiosas, regionales, de clases, sexos o edades. Ha intentado dinamitar el consenso de la transición, ha convertido la memoria en un instrumento de venganza y la historia, en un arma arrojadiza. Y no contento con el «cinturón sanitario» que estableció en torno al mayor partido de la oposición, trazó divisiones dentro de su propio partido, silenciando a los críticos, prescindiendo de cuantos no aceptaban sus directrices y jubilando a la vieja guardia, por la sombra que podía hacerle.
«Las cosas tendrán que empeorar antes de mejorar, y si la industria automovilista quiere ayudas estatales, sus directivos tendrán que venir con planes más sólidos y concretos», anunció ayer Obama, con voz firme, serena, sin aspavientos, al presentar a su equipo económico, compuesto por gente seria, con experiencia, nada ideológica. Compárenlo con las declaraciones que hizo Zapatero sobre la crisis y sobre el futuro de Repsol, con sus largas pausas, su voz hueca, sus meandros retóricos, sus brazos en cruz, sus adverbios terminados en «mente», su invocación de grandes principios, su evasión continua de la realidad, y tendrán la diferencia. Y es que ser alto, delgado y aficionado al baloncesto no significa similitud, colega Hoaglan. Ni siquiera el haber nacido el mismo día, a no ser que uno considere la astrología una fuente periodística.
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