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«Te daré todo lo que me pidas...»

Según «Le Figaró», Zapatero agradeció así a Sarkozy sus gestiones para que España estuviera hoy en Washington. El Gobierno lo niega «categóricamente» y en el PSOE respiran más tranquilos después de ver que el órdago de las últimas semanas ha acabado bien

«Te daré todo lo que me pidas». Ésa es la frase que, según el diario francés «Le Figaró» -que cita a una fuente muy próxima al presidente galo- espetó Rodríguez Zapatero a Sarkozy tras anunciarle que había conseguido la presencia de España y Holanda en la cumbre de Washington. Moncloa, sin embargo, se apresuró ayer a desmentir «categóricamente», a través de Ep, que el presidente del Gobierno pronuciase en ningún momento estas seis palabras.

Ciertas o no, la realidad es que en el PSOE ya respiran más tranquilos. Hasta el momento, sólo José Blanco se ha atrevido a verbalizarlo, aunque muchos dirigentes socialistas lo admiten en privado: la apuesta por estar hoy en la reunión del G-20 le ha salido bien a Zapatero, pero podía no haber sido así. El vicesecretario general del partido lo deslizó el lunes entre sus críticas al PP por falta de patriotismo una muy concreta, no valorar el esfuerzo de un presidente del Gobierno «arriesgando incluso su crédito político».

Y es que mucho de eso ha habido, confesaba esta semana a ABC un dirigente autonómico socialista aliviado tras escuchar el viernes 7 que España iría a la cumbre. Nadie en el PSOE cuestiona la decisión de ir a por el G-20, pero sí las formas, «que en política, y más en diplomacia, cuentan tanto como el fondo». Este «barón» confiesa no entender la escenificación de Zapatero el 21 de octubre tras ser informado de cómo Nicolás Sarkozy acababa de justificar ante el Parlamento de Estrasburgo por qué a la cita de hoy vendrían Francia, Alemania, Gran Bretaña e Italia, todos miembros del G-8, más el presidente semestral de la UE -él mismo- y el presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso.

Hasta entonces. la presión española para colarse en la cita de Washington permanecía entre bambalinas diplomáticas con alguna declaración de buenos deseos. Pero, realmente, es el propio jefe del Ejecutivo quien eleva la no presencia de España a la categoría de problema cuando sale del Hemiciclo del Congreso -ese día se iniciaba el debate de totalidad de los Presupuestos 2009-, y lanza a los micrófonos un retador: «Ya hablaremos». Por la tarde, volvería a su escaño para escuchar el «duelo» presupuestario Solbes-Rajoy, pero lo abandona en su máxima intensidad, durante las réplicas parlamentarias. Ello desata la curiosidad de los periodistas. Trasciende que está en su despacho de la Cámara Baja conversando por teléfono con Sarkozy y se anuncia que comparecerá a las 18.00 horas.

En el ambiente se masca la idea de que ambos han llegado a algún tipo de acuerdo a fin de que España estuviera hoy en Washington, pero, para sorpresa de muchos, Zapatero se limita a recalcar que España «tiene que estar y va a estar». Y que Sarkozy le ha dicho que las invitaciones ya han sido cursadas por EE.UU., pero que España no acepta ese statu quo.

Ya, ¿y ahora qué? Es la pregunta sin respuesta que recorre el Hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo durante la ya tarde-noche del 21 de octubre. Suspense acrecentado con el anuncio, acto seguido, de que sería finalmente el presidente -y no María Teresa Fernández de la Vega, como esta inicialmente previsto-, quien acuda a Pekín ese fin de semana, a la cumbre UE-Asia. Es en ese momento cuando empieza a crecer sin control la «bola de nieve», en palabras de un diputado socialista, «independientemente de que el presidente tuviera un acuerdo privado con Sarkozy, que no le correspondía a él anunciar».

Y al PP, que no ve claro qué busca Zapatero con esta ofensiva por sorpresa, no le queda más remedio que apoyar siempre que la «dignidad» no se resienta a cuenta de qué silla se va a ocupar en Washington. Por eso, son muchas las incógnitas de este súbito acelerón en la política exterior: ¿qué estrategia y objetivos hay detrás? ¿Sólo preparar el terreno para una nueva relación con la administración de Barack Obama? ¿O, en clave interna, seguir manteniendo el discurso de que las causas de la crisis son internacionales y no domésticas? Y, también, ¿qué precio político va a tener que pagar España a Sarkozy por sus gestiones realizadas? Las respuestas, a partir del final de la cumbre.

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