Juan Pablo II y los textos bíblicos
Éste no es un libro escrito directamente por Juan Pablo II, pero en él están algunas de las palabras más hondas y sentidas del Papa. Es una recopilación de sus reflexiones sobre textos de La Biblia, en los que el Papa mostró su dimensión más social y profunda. Textos sobre la pobreza, la violencia, el terrorismo, la Palabra, la Historia, la paz...
El terrorismo no perdona las deudas
«Y perdónanos nuestras deudas,así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» San Mateo
Si lo observamos detenidamente, el terrorismo instrumentaliza no sólo al hombre, sino también a Dios, al que termina por convertir en un ídolo del que se sirve para nuestros propios fines.
Ningún responsable de las religiones, por lo tanto, puede tener indulgencia hacia el terrorismo y, todavía menos, predicarlo. Es una profanación de la religión proclamarse terroristas en nombre de Dios, cometer violencia contra el hombre en nombre de Dios. La violencia terrorista es contraria a la fe en Dios Creador del hombre, en Dios que cuida del hombre y lo ama. En particular, es totalmente contraria a la fe en Cristo Señor, que ha enseñado a sus discípulos a rezar así: «... y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores». (Jornada de la Paz, 2002)
Perdonarse entre religiones porque Dios perdona
El diálogo interreligioso es más eficaz cuando nace de la experiencia de vivir los unos con los otros, día tras día, en el seno de la misma comunidad y la misma cultura. En Siria, cristianos y musulmanes han vivido juntos durante siglos y han conseguido que progrese un rico diálogo entre ambos.
Todos los individuos y todas las familias viven momentos de armonía y momentos en que el diálogo va a menos. Las experiencias positivas deben reforzar en nuestras comunidades la esperanza de la paz; y no se debería permitir que las experiencias negativas minen dicha esperanza.
Debemos buscar el perdón del Omnipotente para todas las ocasiones en las que cristianos y musulmanes se han ofendido mutuamente y debemos ofrecernos el perdón los unos a los otros. Jesús nos enseña que tenemos que perdonar las ofensas ajenas si queremos que Dios perdone nuestros pecados. (6 de mayo de 2001)
Que los ricos se sientan inquietos
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos...» San Mateo
Cuando Jesús subió al monte y empezó a proclamar a las multitudes que lo rodeaban sus enseñanzas, que acostumbramos a llamar el Discurso de la montaña, lo que brotó de sus labios fueron, ante todo, las bienaventuranzas. Son ocho en total y la primera declara: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos».
La medida de las riquezas, del dinero y del lujo no es equivalente a la medida de la verdadera dignidad del hombre. Por lo tanto, que aquellos que tienen sobreabundancia eviten encerrarse en sí mismos, que eviten apegarse a sus propias riquezas, que eviten la ceguera espiritual. Que eviten todo esto con todas sus fuerzas. Que no deje de acompañarles toda la verdad del Evangelio y, sobre todo, la verdad contenida en estas palabras: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos...».
Que esta verdad les inquiete. Que para ellos sea una admonición continua y un desafío. Que no les permita, ni siquiera durante un minuto, volverse ciegos por el egoísmo y por el afán de conseguir lo que desean. Si tienes mucho, si posees gran cantidad de bienes, recuerda que debes dar mucho, que hay mucho que dar. Y debes pensar en cómo dar, en cómo organizar la vida socioeconómica y cada uno de estos sectores para que esta vida tienda a la igualdad entre los hombres y no a crear un abismo entre ellos.
¡Si tienes mucho talento y estás situado en un puesto alto de la jerarquía social no te debes olvidar, ni siquiera por un instante, de que cuanto más arriba estás, más tienes que servir! Servir a los demás. En caso contrario te encontrarás en el peligro de alejarte y alejar tu vida del camino de las bienaventuranzas y, en concreto, de la primera de ellas: «Bienaventurados los pobres de espíritu». También los «ricos» son «pobres de espíritu» que, en la medida de su propia riqueza, no dejan de «darse a sí mismos» y de «servir a los demás». (2 de julio de 1980)
Trabajadores por la paz
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. San Mateo
¿Podemos ser nosotros trabajadores por la paz, hambrientos de justicia, si permitimos sin reaccionar la vertiginosa carrera armamentística... presentada como un servicio a la paz del mundo, cuando es una amenaza real de muerte y mientras sus costes económicos privan a tantos países de medios eficaces para su desarrollo? Nuestro deber es urgente en estos tiempos. ¡Seremos trabajadores por la paz si nuestra conciencia nos hace ser conscientes de los peligros, enérgicos a la hora de promover el diálogo y la cooperación, celosos de respetar el punto de vista de los demás en el instante mismo en que defendemos nuestros derechos, fieles al amor hacia la humanidad y respetuosos para con el don de Dios! Seremos discípulos de Cristo y verdaderos hermanos y hermanas los unos de los otros si participamos juntos en dar un empujón en pos de la civilización que, desde hace siglos, tiende en una misma dirección: garantizar los derechos objetivos del espíritu, de la conciencia del hombre, de la creatividad humana, incluida la relación del hombre con Dios. Seremos trabajadores por la paz en la medida en que todos nuestros actos se basen en el respeto hacia aquel que nos invita a vivir según la ley de su reino y del que proviene todo poder ((20 de septiembre de 1984)
No confundir al César con Dios
«Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios». San Mateo
Está en el humus del cristianismo, del que Europa ha bebido desde un principio -aunque el principio, a veces, se haya perdido de vista durante los siglos en que Europaera la «cristiandad»- y que gobierna de forma fundamental la vida pública: me refiero al principio, proclamado por primera vez por Cristo, de la distinción entre «lo que es del César» y «lo que es de Dios». Esta distinción esencial entre la esfera de la administración exterior de la ciudad terrenal y la de la autonomía de las personas se ilumina a partir de la respectiva naturaleza de la comunidad política a la que pertenecen necesariamente todos los ciudadanos y de la comunidad religiosa a la que se adhieren libremente todos los creyentes. La sociedad, el Estado, el poder político pertenecen al cuadro cambiante y siempre perfectible de este mundo. Ningún proyecto de sociedad podrá establecer nunca el Reino de Dios, es decir, la perfección escatológica, sobre la tierra. Los mesianismos políticos desembocan, con frecuencia, en las peores tiranías. Las estructuras que las sociedades se dan a sí mismas nunca tienen un valor definitivo, no son capaces, ni siquiera, de proporcionar por sí solas todos los bienes a los que aspira el hombre.
(11 de octubre de 1988)
El misterio de la Historia
«Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». San Mateo
En estas palabras se encierra el gran misterio de la historia de la humanidad y de la historia del hombre. Todo hombre procede hacia delante. También las naciones avanzan. Y toda la humanidad avanza. Avanzar no sólo significa adecuarse a las exigencias de los tiempos, dejando continuamente el pasado a las espaldas: el día de ayer, los años, los siglos... Avanzar también quiere decir ser conscientes del final.
¿Es posible que el hombre y la humanidad, en su caminar sobre esta tierra, se limiten a pasar o desaparecer? ¿Es posible que para el hombre todo consista en lo que construye y conquista sobre esta tierra, en aquello de lo que goza?
¿Aparte de todas las conquistas, del conjunto completo de la vida (cultura, civilización, técnica), no le aguarda nada más? ¡«Pasa la figura de este mundo»! ¿Y, con ella, el hombre también pasa totalmente?...
Las palabras que Cristo pronunció en su despedida de los apóstoles expresan el misterio de la historia del hombre, de todos, y de cada uno de nosotros en particular, el misterio de la historia de la humanidad.
El bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una inmersión en el Dios vivo, en «aquel que es», como dice el Libro del Génesis, en «Aquel que es, que era y que va a venir», como dice el Apocalipsis (1, 4). El bautismo es el inicio del encuentro, de la unidad, de la comunión, por los cuales toda la vida terrenal es sólo un prólogo y una introducción; la plenitud pertenece a la eternidad. «Pasa la figura de este mundo». Tenemos, por lo tanto, que encontrarnos «en el Reino de Dios» para alcanzar el fin, para llegar a la plenitud de la vida y de la vocación del hombre.
Cristo nos ha mostrado esta vía y, al despedirse de los apóstoles, la ha reconfirmado una vez más, les ha encomendado que ellos, y toda la Iglesia, enseñaran a observar todo aquello que él les había mandado: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». (Homilía del 10 de junio de 1979)
Esplendor de la palabra
Y la palabra se hizo carne
(San Juan)
Está más allá del tiempo. Está antes que el tiempo. Cuando «se hizo cuanto existe» -es decir, en el momento del inicio del universo- la Palabra ya estaba «con Dios y era Dios».
Esta noche, a medianoche, y mañana por la mañana nos llamamos y nos invitamos unos a otros a contemplar lo que tiene un «principio» a la luz de la Palabra eterna -porque «Todo se hizo por ella / y sin ella no se hizo nada de cuanto existe».
Esta llamada, esta invitación se dirigen hacia todo el mundo visible, hacia el cosmos. Todo aquello que ha sido creado por medio de la Palabra, que «en el principio estaba con Dios» -y «la Palabra era Dios»- lleva sobre sí la señal del bien y de la belleza.
Estimula hacia la admiración y la alegría. (31 de diciembre de 1981).
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete