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112

NO es el número del teléfono de emergencias; es la cifra de delegados y delegadas provinciales con que el virrey Chaves administra su vasto imperio de funcionarios y funcionarias. (El plural de género lo impone el manual corporativo de la Junta de Andalucía, para cuya aplicación literal se organizan frecuentes cursillos de reciclaje). Ciento doce. Uno por cada provincia (ocho) y consejería (catorce), porque al Gobierno andaluz no le basta con un procónsul provincial, que también lo tiene, y necesita uno por cada departamento, más los de algunas empresas públicas y organismos autónomos, que también se derraman por sedes territoriales. Cada uno dispone de coche oficial, con chófer, y secretarias, y varios asesores (o asesoras) externos a la plantilla orgánica. Qué sería de un señor delegado provincial si no tuviese asesores para ayudarle en el desempeño de su ardua tarea. Pobre hombre, o pobre mujer, perdido/a en el magma administrativo sin brújula con que orientar su servicio a los ciudadanos y ciudadanas.

Se lo conté una vez, en la antesala del Patio de los Naranjos del Palacio de San Jaime, a Jordi Mercader, el hombre que dirigía la comunicación institucional de Pasqual Maragall -eso sí que era una tarea complicada-, y alucinaba en colores. Con toda su potente parafernalia, de la que los camisas grises de Esquerra sacan bastante para desclasarse en sus audis con escabel y sus embajadas de la señorita Pepis, y toda su retórica nacionalista, la Generalitat tiene un delegado por provincia: cuatro en total. Y dicen que son una nación. Je, je, eso ni es nación ni es nada. Para medio parecer una nación, hay que tener por lo menos 112 tíos (y tías, por supuesto) en primera posición de saludo, dispuestos a cuadrarse en cuanto aparezca por el confín de su respectiva provincia el presidente autonómico en visita ad limina. Los catalanes se equivocan de táctica por su proverbial victimismo: primero se proclaman nación y luego lloriquean para tratar de constituirse en Estado. Con astucia meridional, Chaves construye su espacio de poder al revés; empieza por levantar un miniestado a escala, y luego ya ni siquiera necesita hacer ruido doctrinal. Por eso se va a gastar 50 millones de euros en rehabilitar su suntuoso palacio. A ver qué gobernante español, no digamos ya un ministro, va a trabajar en una sede como San Telmo, con capacidad para tres mil funcionarios de una tacada. Zapatero, con sus seiscientos asesores en nómina, es una piltrafilla al lado de ese despliegue.

El ABC de Sevilla publicaba ayer la lista de coches oficiales de los altos cargos de la Junta: 299. Pongan ustedes trescientos automóviles de alta gama, con sus respectivos ocupantes -cargos de confianza, asesores y chóferes- en una explanada y se harán una idea física, visual, del poder de Chaves. Añádanle un presupuesto de casi cuatro billones de pesetas, más las cajas de ahorros, y saldrá un formidable aparato clientelar gestionado por un ejército burocrático. Después multipliquen por 17 autonomías, y sumen nueve mil ayuntamientos y cincuenta diputaciones. Cuando hayan acabado de calcular, echen un vistazo al recibo de su hipoteca y recuerden que la Comisión de Energía quiere subir un 30 por 100 el recibo de la luz.

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