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Los seguidores demócratas celebran el triunfo de Obama

Ríos de gente bajaban por la avenida de Michigan y confluían en Grant Park para celebrar lo que en la noche de Chicago y en la madrugada de Madrid se confirmaba cada hora como un incontestable triunfo de Barack Obama, el primer negro que accede al cénit del poder estadounidense, la Casa Blanca. “No he parado de llorar en todo el día. Esto nos redime de nuestras ignominias, como los últimos ocho años. Obama es un gran hombre, tiene visión de futuro y es lo que nuestro país y el mundo necesitan en este momento”. La de Lee Kesseler, productor de vídeo de 44 años, que veía cómo su querido Chicago escribía historia en una jornada electrizante, era una voz más en la multitud congregada sobre la hierba del parque junto al lago Michigan que forma parte de la entraña de una de las metrópolis esenciales de América.

“Esto no tiene precedentes. Yo no esperaba que fuéramos a vivir una noche así. Me recuerda cuando Kennedy ganó las elecciones. Pero aquella ilusión duró muy poco. Ahora estamos en otra época completamente distinta. Son los jóvenes los que han llevado a Obama a la victoria”. Trevor y Lynnette Cardinal, matrimonio negro que entre ambos suman 120 años, están emocionados de poder haber vivido una noche así. Ellos no consiguieron entradas para la zona acotada del parque, donde se encuentran sus tres hijos. Pero están felices de estar aquí, “contemplando la historia en marcha”. Cuando Lynnette nació apenas había edificios en esta zona de Chicago. Rascacielos cuajados de ventanas encendidas, entre ellos una nueva torre en construcción que luce airosa un gigantesco “USA” formado por las luces y los reflectores de los pisos vacíos sirven de colosal coliseo al parque, donde centenares de miles de jóvenes gritaban de júbilo cada vez que las pantallas conectadas a la CNN (otro icono americano) lanzaba proyecciones que favorecían al candidato afro-americano, el que sabido “movilizar a todos estos jóvenes de todas las razas y todas las clases”, decía Trevor Cardinal, de Trinidad, que ha encontrado en Estados Unidos una verdadera patria. Cuando las pantallas confirmaron que Florida, Pensilvania y Ohio habían caído en el ganapán azul de Obama la felicidad era contagioso, y muchos no hacían el menor esfuerzo en disimular la emoción. El sueño americano se había hecho realidad, había renacido.

Bromas y teléfonos móviles

El día de la máxima ansiedad amaneció soleado a orillas del Michigan, un lago que parece un mar. Después de una agotadora carrera que se prolongó durante casi 22 meses y un astronómico desembolso de casi 600 millones de dólares, Barack Obama pudo madrugar por fin ayer en su casa de Hyde Park, en la zona más elegante del South Side de Chicago. Diez minutos antes de las ocho de la mañana, con la emblemática camisa blanca que acentúa el color de su cara, y vestido de negro, como su mujer, Michelle, acompañados de sus hijas, Malia y Sasha, se presentaron en el polideportivo de una escuela de Kenwood donde les correspondía votar. Más de diez minutos se demoraron en votar, hasta el punto de que hubo comentarios jocosos acerca de si a la pareja le habían entrado dudas de última hora sobre a quién votar, incrementando la ínsula de los indecisos.

Haciendo gala del control sobre sus nervios que ha sido uno de sus galones en una disciplinada campaña electoral, celebrada por amigos y enemigos, Obama bromeó con los presentes, que aprovecharon para desenfundar sus teléfonos móviles y freír a la familia a fotos. Aparentemente relajados y sonrienes, no hubo más declaración que la protocolaria “he votado” que esgrimió el candidato que, si los sondeos no son devueltos al basurero de la historia, permitirían que se conviertiera en el primer negro (otros dirán que mestizo) en llegar a la presidencia de Estados Unidos, coronando un camino que empezó a desbrozar Abraham Lincoln al decretar el fin de la esclavitud, un gesto que le costó la vida.

Los cerebros de la campaña demócrata orquestaron la salida de Obama del su colegio electoral en Chicago con la entrada de su compañero de “ticket”, Joe Biden, aspirante a borrar la huella de Dick Cheney en la vicepresidencia, en su “poll place” de Willimgton, Delaware, acompañado de su madre, su mujer y una hija. Ambos se reunieron después en Indiana para celebrar el postrero mitin. Aquí no hay jornada de reflexión y mientras los electores acuden a las urnas los candidatos siguen erre que erre.

En el Grant Park (también conocido como Lake Park), de Chicago, a orillas del Michigan, rebautizado en homenaje al presidente Ulyses Grant, no lejos de donde desfiló el cortejo fúnebre de Lincoln (primer presidente asesinado), estaba convocada ayer una multitudinaria fiesta en la que Obama esperaba celebrar su triunfo (o reconocer su derrota). Las 70.000 entradas gratuitas para asistir a un evento en el que estaban prohibidos el alcohol, las mochilas y los bolsos, se agotaron hace días. Las autoridades movilizaron a toda su fuerza policial y los bomberos de permiso recibieron instrucciones de llevarse el uniforme a casa porque se esperaba que hasta un millón de almas descendiera anoche sobre el Grant Park, que para el historiador de la ciudad, Tim Samuelson, refleja el espíritu de Chicago y de todos los acontecimientos que la ciudad ha experimentado. Se cree incluso que parte del Grant fue construido con los escombros del incendio que en 1871 arrasó buena parte de la metrópolis de los rascacielos, los mataderos, la mafia, el blues, los ferrocarriles, la segregación racial y la lucha por la igualdad de todos los ciudadanos, blancos, negros y amarillos.

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