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Amaral y un público entregado

Todos los argumentos que alimentan la pegada de las bandas que trabajan al abrigo de la etiqueta «folk-pop», lucieron anoche, diáfanos, en el concierto que Amaral ofreció en el Palacio de Deportes; sugerentes en la turbulencia eléctrica de las guitarras de Juan Aguirre; emocionantes en la veracidad expresiva de Eva Amaral; evidentes en el hecho de saberse los mejores constructores de canciones desde la desaparición de Mecano.

Sin retraso sobre el horario previsto, como si cayesen del cielo, las ráfagas de la bronca sintonía «All tomorrow's parties», de la Velvet Underground, anunciaron la función.

Eva Amaral da la impresión de que todo le resultase muy fácil. Conoce a la perfección a la clientela que compra sus discos y acude a sus conciertos, y sabe lo que tiene que ofrecer para hacer que el personal se sienta satisfecho.

Agita los brazos, recorre la pasarela central del escenario y un bosque de cuerpos humanos la imita y resopla, admirado. Acciona una sirena o tañe un triángulo y la gente sonríe como si fuera un hallazgo. Recurre a todos los artificios del showbizz y le funcionan.

Al final, la concurrencia termina entregada a la divertida ceremonia de la captura del fetiche. Cualquier gesto -orientar el micro hacia las primeras filas, pasear por el proscenio, exhibir un minivestido oscuro de rayas horizontales... es acogido con devoción.

Pero es que, además, Eva Amaral es una vocalista de enorme energía, detalle que en esta velada dejó ver en varias y emocionantes ocasiones, y casi no es necesario decir que, en su mayor parte, en canciones del álbum que da nombre a la gira, «Gato negro, dragón rojo». La sonoridad enemiga negó, no obstante, argumentos en «Perdóname», la glitteriana «Las puertas del infierno» y «Estrella de mar», pero, como se sabe, una parroquia agradecida todo lo perdona.

La banda tiene la fuerza formidable de una carga de infantería con munición en la recámara, y anoche, entre las cálidas luces que neutralizaban el gélido clima exterior, desarrolló un espectáculo arrollador. Melodías elementales se convertían en piezas originales gracias al concurso de unos empeñados instrumentistas, de entre los que —además de Juan Aguirre— cabe destacar a la cellista Zulahima Boheto y a Coki Jiménez que se sienta ante la batería con auténtico magisterio rítmico.

Eva Amaral interpreta con el aplomo de las actrices de repertorio. Una Silvia Munt que ejerce como lúcida columnista de la realidad contemporánea. Un ojo en la abigarrada malla guitarrística de Juan, y el otro en los estremecedores textos de «Sin ti no soy nada», «El blues de la generación perdida» o «Revolución».

El resultado es puritita catarsis colectiva. Amaral tiene carta blanca para mostrar los recovecos que quiera de su alma. Este grupo es una droga más potente y saludable que cualquiera de las que se venden en las radiofórmulas. Su versión acústica de «Escapar» es una cima. Escuchándoles, no es difícil creer que se vive en el mejor de los mundos posibles.

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