La España del «efecto Mateo»
MIENTRAS el Gran Optimista empeña su esfuerzo en que el seleccionador europeo Sarkozy lo incluya en el equipo de la Champions League del desarrollo, cien mil ciudadanos hacen cola en las puertas de Cáritas sin saber que su presidente está a punto de refundar el capitalismo. Mujeres solas con cargas familiares, pensionistas a los que no les alcanza la pensión para sus necesidades básicas, madres sin presupuesto para los libros de texto de sus hijos, inmigrantes recién excluidos del mercado de trabajo, parados sin perspectiva a los que nadie lleva, como a los de Delphi, al cine o al zoo para solazar sus lunes y martes al sol. Es la foto denuncia de la crisis, la España de la exclusión, la España del efecto Mateo en la que se destinan cientos de miles de millones a tapar agujeros de la banca mientras se regatean los fondos de la asistencia social: «Al que más tiene, más se le dará, y al que menos tiene, aún lo poco que tiene se le quitará».
Los nuevos pobres, que ignoran que la crisis que les deja sin dinero para pañales es en realidad una desaceleración del crecimiento, no son ya el lumpen mendicante tradicionalmente maltratado por la vida. Son trabajadores asfixiados por los precios y las hipotecas, desempleados recientes que no tenían fondos de inversión en Lehman Brothers, ancianas solitarias a las que han dejado de fiar en la frutería o el colmado. Gente corriente que tiene que vencer su dignidad y remodelar su autoestima para acudir a las oficinas parroquiales en busca de una ayuda con la que tirar adelante. Se les ve entrar con la mirada baja y el paso rápido en los comedores asistenciales, y no es difícil imaginar el gesto de pudor con el que cogerán el sobre para pagar -siquiera por un mes- el abono de transporte o el recibo de la luz. Umbral de la pobreza llaman los sociólogos a esa zona sombría cuyo cono de penumbra crece para envolver a una antigua clase media sepultada bajo los escombros del crack que aún se niegan a admitir los políticos.
Esa procesión silenciosa de indigentes sobrevenidos ya no cree en el Estado del Bienestar. No tiene motivos. Acuden a Cáritas -un 40 por 100 más en el primer semestre de 2008- para un socorro de emergencia que ni siquiera financia el Estado, sino la Iglesia. Sí, esa auténtica Iglesia de los pobres a la que el Gobierno ningunea bajo su disputa política con las sotanas episcopales. Esa Iglesia que redistribuye unos fondos mermados por la campaña de desgaste contra la cruz en la casilla del IRPF. Esa Iglesia real que lucha en las trincheras de la exclusión sin el beneficio de imagen de las oenegés que copan las subvenciones oficiales. Esa Iglesia de los desamparados acostumbrada a tapar las vergüenzas de un Estado que despilfarra en burocracia y derroche lo que cicatea en asistencia y protección, y que ahora acude en auxilio millonario de unos bancos y cajas que se suponía eran las rocas del acantilado del sistema, presumiendo de estar a punto de refundar el capitalismo; ya se conformarían todos esos recientes necesitados con que aprendiese siquiera a administrarlo.
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