Dos mejor que uno
A la mayoría de los votantes del Partido Popular, o al menos a los que no están contaminados del tradicional cainismo de la derecha española, les gustaría sinceramente que Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón conviviesen con mayor armonía de la que se vienen demostrando, en vez de cohabitar con la cortesía de dos cordiales enemigos. Porque ambos representan una opción ganadora que en el PP actual no es ni frecuente ni segura, y porque los dos juntos encarnan, con sus matices y tendencias, a un partido reformista y abierto en cuyo espectro cabe una mayoría social. La base del centro-derecha desea una fuerza política que la represente del modo más plural posible, y quizá nada encarnaría mejor el deseado «all catch party», el partido de amplia cobertura, que este ticket que en Madrid ha demostrado su capacidad de generar un liderazgo capaz de impulsar el progreso económico y las libertades públicas.
Pero la política tiene a menudo razones que la propia razón no entiende, y ha generado una rivalidad que necesita templar sus enconos. Nada de particular ni de nuevo, por otra parte; hasta en Estados Unidos ha resultado imposible aliar a Obama con Hillary Clinton, un tándem electoral que hubiese garantizado la victoria del Partido Demócrata. Al electorado, no obstante, le contrarían estas incompatibilidades de personalismos que restan posibilidades de victoria, y que en el bando contrario manejan con más tino; si algo ha logrado siempre el PSOE es un clima de cohesión interna que prevalece por encima de diferencias ideológicas, tácticas o estratégicas. Entre Bono, Montilla, Chaves, Guerra y el propio Zapatero, entre otros, existen rencillas, contradicciones y cuentas pendientes no menores que entre Gallardón y Aguirre, pero llegado el momento de cerrar filas apelan en beneficio de todos a la vieja cultura de partido. Y quizá ninguno de ellos tenga, por separado, la capacidad de facturación electoral de cualquiera de los dos políticos madrileños del PP.
Por eso hay que saludar la relativa paz, siquiera cosmética, que ambos han venido a escenificar en el congreso regional del partido, aparcando sus legítimas ambiciones en beneficio del proyecto que al menos teóricamente los une. La síntesis de sus tendencias se llama ahora mismo Mariano Rajoy, al que le falta tanto carisma y entusiasmo como prudencia y sensatez le sobran, y es a él al que le deben un respaldo que siempre será poco para levantar una alternativa al (des)Gobierno socialista. Visto lo visto hay plantilla en la primera línea del PP para construir un equipo más competente que el de Zapatero, pero sería necesario que al menos por un tiempo los miembros de su nomenclatura dejasen de pensar en sustituir al número uno y se concentrasen en el esfuerzo de auparlo a un poder en el que deberían de hallar sitio para todos. Y, si llegado, el caso, han de medir fuerzas entre ellos, háganlo cuando proceda pidiendo a sus militantes el apoyo que luego habrán de solicitar de la sociedad entera. Pero, hasta tanto, que continúen recordando que ante el electorado siempre es más rentable la suma que la resta.
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