El Papa invita a buscar en la Virgen la fuerza para luchar por la vida

JUAN VICENTE BOO E. ESPECIAL
LOURDES. Después de haber conquistado al «país de la razón» con sus discursos al presidente Sarkozy y a los intelectuales en París, Benedicto XVI puso ayer broche final a su visita a Francia dedicando sus últimas horas a administrar el sacramento de la unción a diez enfermos: unos ancianos y otros jóvenes, incluido un enfermo psiquiátrico. Desde el santuario de Lourdes, el Papa invitó a todos los cristianos a buscar y a descubrir «la sonrisa de la Virgen», ya que allí es donde se «encuentra misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad y en favor de la vida».
Las grandes muchedumbres de fieles que acudieron a la misa del sábado en París o a la del domingo en Lourdes habían regresado al trabajo, y ayer lunes el Santo Padre pudo dedicar una jornada más tranquila a quienes habían permanecido en Lourdes: los enfermos y sus familiares. Ayer era la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, y el Papa abordó en su homilía el problema del sufrimiento, a veces superior a las fuerzas. En tono conmovido y casi de súplica, Benedicto XVI dijo que querría pedir humildemente «a quienes sufren y a quienes sienten la tentación de dar la espalda a la vida: ¡Volveos a María! pues del corazón de María surge, en efecto, un amor gratuito que suscita como respuesta un amor filial que mejora sin cesar». El autor de la encíclica «Dios es Amor» volvía a uno de sus temas favoritos recordando que Cristo transmite su amor y su salvación «a través de los sacramentos y, en el caso especial de los enfermos y los discapacitados, a través de la gracia de la unción de enfermos».
Antes de imponer el óleo consagrado en la frente y en las manos de los enfermos, el Papa invitó a todos, incluidos los sanos, a acudir a la Virgen con «confianza inquebrantable, como la que refleja la oración «Acordaos ¡o piadosísima Virgen María!», pues ella ama a cada uno de sus hijos, especialmente a los que sufren».
La homilía del Santo Padre era, con diferencia, la más espiritual y la más íntima de todas las pronunciadas en este viaje, pues hablaba a personas muy probadas pues, «como por desgracia sabemos, el dolor intenso puede romper los equilibrios más sólidos de toda una vida, socava los cimientos de la confianza, y llega a hacer dudar de si vale la pena vivir». En esos casos, «cuando las palabras son incapaces de encontrar la expresión adecuada, se hace necesaria la presencia amorosa de la familia, de los amigos y de los mas íntimos por el vínculo de la fe. ¿Y quiénes pueden ser más íntimos que Cristo y María Inmaculada?».
«Portadores de la misericordia»
El Santo Padre dedicó un saludo final emocionado a los médicos y enfermeros, a los celadores, los camilleros y los acompañantes de los enfermos, un cuerpo de millares de voluntarios que se vuelcan en atender a los peregrinos en sillas de ruedas o incluso en camillas y que merecen el mejor de los aplausos. El Papa les llamó «portadores de la misericordia de Dios», es decir, de un aspecto esencial de la divinidad. Y les dijo que «María os confía su sonrisa para que os convirtáis también vosotros en fuente de agua viva. ¡Llevad su sonrisa a todos!».
Al cabo de cuatro días intensos, la despedida de Francia en el aeropuerto de Tarbes-Lourdes no fue fácil. Después de haber saludado al primer ministro François Fillon, el Papa comenzó su último discurso revelando sus sentimientos de nostalgia: «En el momento de dejar, con pena, la tierra francesa». Asimismo, comentó que su viaje había sido como un díptico con dos etapas muy distintas: París y Lourdes, el poder y la debilidad, los intelectuales y los enfermos, la gran ciudad y la aldea de montaña. El Papa estaba contento pues «he encontrado un pueblo vivo de fieles orgullosos y convencidos de su fe».
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