Persuasión
EL no-acontecimiento principal de esta semana ha sido el regreso a TVE 1 de los Alcántara. Un acontecimiento, por muy previsto que esté, tiene siempre algo de aleatorio en su modo de producirse; una serie de televisión no deja espacio al azar. Por eso creo que conviene hablar, en su caso, de no-acontecimiento, pseudo-acontecimiento o acontecimiento en conserva, lo que, en sí mismo, no es grave. Empieza a torcerse cuando la programación televisiva se solapa con la planificación política, que es precisamente lo que ha sucedido con Cuéntame en su vuelta triunfal, precedida por una cabalgata de los actores a lo largo de la Gran Vía (madrileña).
A la serie se le reprochan inexactitudes y distorsiones de la verdad histórica, pero esto es, a mi juicio, lo más venial del asunto. La época tratada en el relato está todavía cerca, sigue determinando nuestro presente y parece imposible llegar por ahora a un consenso acerca de cómo pasó. Tampoco hay que hacerse ilusiones respecto a un futuro cercano, digamos, a cien años vista, dada la sustitución de la Historia por la Memoria Histórica.
Este tipo de sucedáneos no es nuevo. En el siglo XIX, hasta que los grandes historiadores franceses como Guizot y Michelet empezaron a poner orden, la gente accedía al pasado a través de un género de ficción, la novela histórica, en el que había de todo, obras excelentes (pocas) y basura literaria (a porrillo), pero todas las novelas históricas, buenas y malas, compartían el recurso a un pasado ficticio para hablar del presente: los señores feudales de Walter Scott tenían poco de medievales. Sus templarios normandos eran un obvio trasunto de los tories, y sus bandidos sajones, de los whigs, o al revés. Ahí radica la diferencia entre Historia y Novela, como bien advirtió Hegel. La Novela siempre trata del presente. O, en otras palabras, la Historia versa sobre acontecimientos; la Novela fabrica, como las series de televisión, pseudo-acontecimientos enlatados.
La nueva temporada de Cuéntame recurre a la Transición consensuada de Suárez para vender la Segunda Transición o Transición Progre de Rodríguez, y lo hace además con el mismo tonillo edificante y empalagoso del actual equipo de gobierno. En el primer capítulo, emitido el jueves, había una escena tan descarada que llegaba a regocijar, por lo burdo del simbolismo. Los Alcántara, padre e hijo, se internan de noche en un bosque para tratar de convencer a Anselmo el Matamulas, una bestia parda que se ha echado al monte con su escopeta, de que no arruine el festejo general con una salvajada. «Hablando se entiende la gente», corean los Alcántara con las manos en alto, antes de que el padre se meta en el búnker desde donde acecha el Matamulas, a dialogar con éste. La primera interpretación está clara para la audiencia mayor de medio siglo, al tanto del simbolismo que tuvo el búnker en los setenta. La segunda, accesible a todo el mundo, mayores y menores, viene irremediablemente inducida por el eslogan que repite el Matamulas: «España se rompe», con lo que la oposición a la alianza de la izquierda con los nacionalismos queda perfectamente asimilada al franquismo, y santas pascuas.
Un preludio, con boda de penalti por medio, de lo que seguramente animará la modernización del barrio de San Genaro durante los próximos meses, y que ya se puede predecir sin demasiado riesgo de equivocarse: divorcios, salidas de armarios y alguna Interrupción Voluntaria de Embarazo, todo a mayor gloria de la nueva policía de costumbres, como habría llamado Jovellanos a la política progre de extensión de derechos. Y todo, también, con el contrapunto resistencial e inmundo de Sagrillas, una España rural, católica, zafia, cerril y cateta, presentada como un híbrido de Puerto Hurraco y Casas Viejas (símil que se le escapó a la abuela Alcántara el otro día). En fin, como ya advirtió Pasolini en los albores del progresismo, «la persuasión a seguir una concepción hedonista de la vida deja en ridículo cualquier precedente esfuerzo autoritario de persuasión: por ejemplo, el de seguir una concepción religiosa o moralista de la vida».
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