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El número uno es de Oro

El número uno es de Oro

Lo dice Ana María: «No reconozco a mi hijo en la pista». El «Rafa» que ella conoce es el de siempre. El que viene de ganar sobre la hierba de Wimbledon, llega a casa y sale a pasear con su chica de siempre. Entre olivos y almendros. A la playa y a pescar. A cenar con la pandilla. Y cada uno paga lo suyo: que aquí nadie es más que nadie. Ése es un «Rafa». El otro se llama Nadal, el de la «tele». El obstinado, serio, infranqueable, poderoso y despiadado tenista que ante el chileno Fernando González logró (6-4, 7-6 y 6-3) ayer el oro olímpico. El que hoy estrena oficialmente su condición de número uno del tenis. El que ha apeado de ahí a Roger Federer. Un «monstruo». Ana María no le reconoció hasta verle subido al podio. Entonces sí. La sonrisa al fin. La emoción. El gesto de fuerza cuando sonó el final del himno. Ése es su «Rafa». El chaval que, cuando jugaba al fútbol, pasaba las noches en vela por miedo a fallarle a su equipo. Ayer jugó en grupo, con la selección. Y no falló. Como en Wimbledon o París. El número uno del mundo ya es de oro.

Y mira que González jugó bien. La derecha con más dinamita del circuito. «Mano de piedra» le llaman. El chileno loco, imprevisible. Un tipo «canchero», como esos futbolistas argentinos que a los 14 años ya lucen bigote y mil mañas. Pero no tuvo ni ocasión de enredar. El primer juego fue casi instantáneo. Nadal empieza y acaba siempre al mismo ritmo. A tope: 1-0. Fácil. El chileno ya sabía lo que le esperaba. Y más cuando perdió de inmediato su servicio: 2-0. «¡Mucho Rafa, mucho Rafa, eh!», coreaba la grada. Las tres primeras veces que González subió a la red, lo único que movió fue el cuello. Para ver cómo pasaba la bola. El chileno sacaba bien, rondaba los 195 kilómetros por hora. Restaba a cañonazos. Pero para sumar un punto tenía que construir una maravilla. Si no, lo perdía. Como el primer set: 6-3 en sólo 37 minutos.

Canto de cisne de González

«Coge la plata (la medalla) y corre», debió de pensar el suramericano. Antes se dio una oportunidad. El segundo set. Resultó un fantástico intercambio de joyas. Bolas de diamante. González rozó lo sublime por momentos. Era su única salida. O su disparo iba perfecto o nada. O Nadal. Llegaron en paralelo al 6-6. Hasta ese momento, el chileno no había disfrutado de una ocasión de «break». La malgastó y los dos saltaron a la ruleta de la «muerte súbita». El instante de los nervios. Con 12 años, Nadal jugó la final del Campeonato de España reservado a los de 14. El juez se retrasó y los finalistas tuvieron que esperarle. El entrenador de «Rafa» temió por él. «Se va a poner nervioso. No va a aguantar la presión». Se arrimó al chaval. Le encontró sonriente. «Viste ayer el partido ante Rumanía (Mundial de fútbol de 1998)», le comentó el crío. Calmo. Unos minutos después apareció el árbitro. Desapareció «Rafa». Adiós sonrisa. Ya estaba allí Nadal. Su otra mirada, el ceño. Ganó, claro. Como con 8 años había vencido a los de 12 en el Campeonato Balear.

Nadal es un molino. A más agua que le tires, más muele. Tiene esa paciencia. Acaba desquiciando a los rivales. Nació sabiendo emocionarse hacia dentro. La furia, la alegría o la frustración no le merecen un gesto. Jugó la «muerte súbita» como el resto del partido. A González, en cambio, le tembló la responsabilidad. Hizo sólo dos puntos, por siete de Nadal. La final botaba ya hacia el lado mallorquín: dos sets a cero. Y algo más: el chileno, como todos los rivales del español, sabe que nunca se viene abajo. Tiene la cabeza blindada. Es su sello de fábrica. A los 13 años jugó otra final de título nacional. Pero llegó con un dedo de la mano zurda, la suya, roto. «No vas a poder con el otro finalista», le advirtió Toni Nadal, su tío y entrenador. «Puede ser, pero va a tener que sufrir para ganarme». Acertó el sobrino: su rival sufrió. Falló el tío: el rival perdió. Otro triunfo para la voluntad del balear.

Un rodillo en la última manga

>El de ayer fue olímpico. El tercer set, Nadal lo comenzó en estado de gracia: devolvía los tremendos saques del chileno como si nada. Y sin saque, González empequeñecía. La manga se puso 4-1 para Nadal. Un peso pesado con raqueta. Estaba cerca del oro. Pero ni se inmutó. Control total de las emociones. Ana María no veía en él a su «Rafa». Al chico que ha esperado tres años para tumbar a Federer. Al tenista que ocupa ya las tardes de muchos hogares en España. El ídolo de esos espectadores que le hablan a la pantalla, que le dan consejos y se levantan del sofá como él: con los puños cerrados. Al zurdo que ensaya a diario su talento, que pasó años doblando la muñeca para esquinar su saque y que ha convertido en «preferidas» todas las superficies. El número uno. A su edad (22), Federer tenía nueve títulos; Nadal ya cuenta 29. Hace nada, en Wimbledon, cerró 42 años de espera desde la victoria de Santana. Ayer se convirtió en el primer tenista español de oro. Así subió al podio, donde una madre recuperó a su «Rafa».

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