El watergate de Zapatero
DEMOSTRANDO una completa ignorancia en asuntos internacionales, la encargada del área en el PSOE, Elena Valenciano, ha dicho que Obama y Zapatero son algo así como almas gemelas. Debe ser la razón de que el candidato presidencial norteamericano haya obviado España en su gira europea, «¿Para qué ir, estando allí mi compadre?», debió decirse.
Quien nos recuerda cada vez más a Zapatero a aquellos que hemos pasado buena parte de nuestra vida en Estados Unidos es Nixon. El Nixon del Watergate, el Nixon ahogado por sus propias mentiras, el estrangulado por las cintas de conversaciones grabadas en el Despacho Oval, el acusado por todas partes y no creído por ninguna. El Nixon que convocaba diariamente a sus consejeros para resolver la situación y salía con nuevos planes que no la resolvían. Al Nixon que empezó calificando el escándalo de «robo de segunda clase» y acabó devorado por él, como Zapatero amenaza ser devorado por la crisis que no existía y ahora nos dice que va a durar lo menos dos años. Ésta no es una simple crisis económica, como el Watergate no fue un simple robo. Es una crisis política que se resume en tres palabras: nadie le cree. Y quien dice creerle, es por obligación o por conveniencia. Les va en ello el cargo, el coche, las sinecuras y el despacho. Pero la atmósfera es exactamente la misma que en aquel tórrido verano de 1974, con la única diferencia de que los norteamericanos renunciaban a ir a la playa para quedarse a ver por televisión los emocionantes «hearings» del Comité Judicial del Congreso, y ver luego al presidente, cada vez más sudoroso, más acorralado, más inseguro tratando de enderezar lo que ya no tenía arreglo. Mientras los españoles huyen hacia las playas, tal vez presintiendo que va a ser el último veraneo que puedan hacer en algunos años.
Esa es, señora Valenciano, la verdadera analogía. Como los norteamericanos perdieron hasta el último resto de confianza en su presidente, los españoles lo están perdiendo . O lo han perdido ya. «El presidente más falso», le ha llamado el diputado catalán Francesc Holms. Lo que ocurre es que nosotros somos más cínicos y nos encogemos de hombros, viendo confirmadas nuestras sospechas de que los políticos mienten, y siguen mintiendo para esconder sus mentiras. Con lo que Zapatero sólo consigue enterrarse en las arenas movedizas que él mismo ha creado. Y enterrarnos.
Pues las medidas que anuncia para atajar la crisis llegan tarde y mal. De entrada, el ahorro que puede hacerse no cubre ni de lejos los enormes gastos adicionales en medio de una severa desaceleración económica, que deja al Gobierno sin apenas margen de maniobra, si se mantienen intactos los gastos sociales, como el presidente asegura. De hecho, el margen se lo comieron ya sus regalos electorales. Luego, hay que pagar más a las Autonomías, como todas reclaman, las ricas por ser ricas, y las pobres por ser pobres. Por último, el gran problema de fondo es que los nuevos estatutos han convertido a España, no en un Estado federal, sino en un Estado confederal de facto, con los Gobiernos autonómicos negociando de tú a tú con el Gobierno de la nación o lo que quede de ella, y así es muy difícil, por no decir imposible llegar a un acuerdo general.
Ese es el tremendo lío en que nos ha metido el que iba a traer la paz al País Vasco, a articular definitivamente España y a convertirla en uno de los estados más potentes de Europa. Atrapado en sus mentiras, intenta vendernos cada día un nuevo plan para atajar la crisis cuya gravedad sigue negándose a reconocer. Suele ocurrir a los mentirosos: acaban creyéndose sus propias mentiras. El paralelismo con el Nixon del Watergate es clavado. La única diferencia está entre los dos países. En Estados Unidos, la delegación conjunta del Congreso que se fue a la Casa Blanca para decir al presidente que la farsa se había acabado iba encabezada por uno de los más señalados prohombres de su partido: el senador Goldwater. ¿Se imaginan ustedes a Bono en ese papel? Bueno, sí: pero sólo en caso de ser el sucesor.
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