Rupert Everett "Hasta la generación de mis abuelos era más tolerante que esta"

Provocador, lenguaraz, ingenioso... el actor británico es tan conocido por sus papeles en el cine como por su provocadora autobiografía. Ahora, a los 62 años, cuando publica el tercer tomo de sus memorias, parece reprimirse por primera vez ante lo que él llama el “nuevo puritanismo”. Pero, en realidad, no puede dejar se ser él...
Rupert Everett está preparado para aceptar la muerte. «Si me muero un minuto después de hablar contigo, por mí perfecto», dice. «Hablo en serio. A mí la muerte me atrae. Todo el mundo le tiene pánico, pero yo creo que puede ser interesante. Solo hay que pensar en todas las personas que se han ido al otro barrio, ¿no?». Everett recula de inmediato y dice que sí, que es consciente de que la muerte no tiene nada de agradable. «Quimioterapia, radio, la COVID… Todos tenemos amigos que están pasando por estas cosas y es aterrador». Me quedo con la sensación de que Rupert no tiene ganas de meterse en líos, y de ahí que haya rectificado. Es un patrón que se repite durante la charla: afirmación desmesurada y escandalosa, seguida por retractación en voz baja. Es más, de pronto dice: «¡No, no! ¡De esto es mejor no hablar!», en relación con temas como las personas transgénero o la prohibición de la prostitución. Llega a mostrarse cauto al hablar del personaje que interpreta en la serie Adult Material: un 'malo' de la industria pornográfica. «Es difícil hablar sobre cualquier cosa en este ambiente neopuritano», se explica. «Lo último que necesito es que me sometan a una de esas malditas cancelaciones. Esa sí que es una muerte nefasta: una especie de muerte en vida».

Un radical cambio generacional
El protagonista de La boda de mi mejor amigo llevaba una semana en Broadway representando un nuevo montaje de ¿Quién teme a Virginia Woolf? cuando el coronavirus obligó a bajar el telón. Desde entonces trabaja en dos proyectos más: un libro sobre la situación actual y un filme basado en su propia existencia, centrado en sus experiencias en París en los 70. En octubre va a publicar la tercera parte de su autobiografía, titulada Hasta el final del mundo. En las anteriores entregas no ahorró detalles sobre escándalos propios y ajenos.
Pero, ¿a qué punto hemos llegado cuando el mismísimo Rupert Everett siente la necesidad de no desbocarse? Cree que la generación de «nuevos puritanos» nos tiene acongojados. «Me siento como si estuviera viviendo en casa de mis bisabuelos… Incluso mis abuelos eran más modernos y tolerantes que la generación actual». Trata de dar con un paralelo histórico. Pero concluye que incluso los bohemios ingleses de los años 20 no tuvieron tantos problemas con la generación posterior, marcada por el espíritu de la guerra mundial y poco interesada en decirle a la gente lo que tenía que hacer. «Quizá por primera vez nos encontramos con una situación inversa: la generación de mayor edad tiene que hacer equilibrios para no ganarse las reprimendas de los jóvenes», afirma. Y al momento se corrige: «Ojo, también hay cosas que están muy bien. El movimiento de lo políticamente correcto en el fondo defiende cosas que son inatacables».
"Prefiero un funeral a una boda"
Everett dice sobrevivir andándose «con cuidado». Y es que ya se metió en líos por no defender el matrimonio gay. Según explica, no tiene nada en contra de que dos hombres se casen, lo que le revienta es la institución del matrimonio en sí. «¿A quién se le ocurriría someter las relaciones humanas a legislación? La idea es disparatada». Y se arranca: «Prefiero ir a un funeral que a una boda, y con diferencia. Las bodas son un horror, los invitados son un horror...».
"Si tuviera 15 años, estaría haciendo la transición. Porque yo quería ser una chica. Luego descubrí que, de hecho, me encantaba ser un tío"
Lo piensa medio minuto y da un espectacular giro. «Si te digo la verdad, a estas alturas no me importaría casarme». ¿Cómo? «Pues sí. Me casaría con mi novio. Pero me aseguraría de celebrar una pequeña boda, con solo dos o tres personas».
Pregunto si ya lo ha hablado con Henrique, el contable nacido en Brasil con quien convive desde hace 11 años. Me mira con asombro y contesta: «No, él no sabe nada». Pasa a hablar del confinamiento y dice haber tenido la suerte de pasarlo primero en las montañas, cerca de Nueva York, con dos amigos, y luego, con su madre, una figura omnipresente en sus libros, la viuda de un antiguo mayor del ejército británico, a quien describe como mandona y brusca… pero que lo cubrió de mimos. Hasta los 14 años, Rupert solía dormir con ella.

Everett ha contado también que de pequeño deseaba ser una niña. Una obsesión que no desapareció hasta los 15 años. Se ponía una falda de su madre y correteaba por la casa, cantando las canciones del musical Sonrisas y lágrimas. Explica que cuando su madre se enteró de su homosexualidad, le espetó: «Con el tiempo te darás cuenta de que haces mal». Más paradojas. «Mis padres no podían ser más heteros, pero, vete tú a saber por qué, compraron una segunda residencia en Tánger. Y Tánger por entonces estaba lleno de viejas mariconas inglesas. Todas me conocían y nada les gustaba más que meterse con mis padres y decirles que yo era gay. Mi madre se encaraba con ellos y respondía que eran puras habladurías». Su madre no conoció a uno de sus novios hasta 1999. Rupert apenas abordó la cuestión con su padre, fallecido hace años. «Un día le conté que me había separado de un novio. El hombre me miró y preguntó: '¿No hay manera de que puedas arreglarlo?'. Lo que me pareció muy considerado por su parte».
"Las drogas fueron una pérdida de tiempo"
Rupert estudió en una sucesión de internados y asegura que siempre fue «un solitario al que nadie hacía ni caso». Si volviese a tener 15 años, ¿cómo cree que sería Rupert Everett? «Seguramente estaría haciendo la transición», responde. «Porque lo que yo quería era ser una chica. En las funciones del colegio hacía los papeles femeninos. Ansiaba ser una chica, y la cosa duró hasta que me fui del colegio». Entonces, «descubrí que, de hecho, me encantaba ser un tío». Y se metió en el ambiente gay hasta el fondo. «La revolución sexual coleaba, y todo era distinto. Es algo que muchos olvidan. No puedes aplicar las actuales varas de medir al pasado».

Nueva pausa. Nueva matización. «Eso sí, ahora que todo el mundo habla de la transición de género, a veces me pregunto si mi carácter de bicho raro no tendrá que ver con el hecho de que yo nunca hice esa transición. No lo sé, la verdad. Lo único que sé es que crecí y se me pasaron las ganas de ser una chica».
Hablando de recuerdos, Everett se muestra preocupado por lo que puedan afectarle a la memoria las drogas consumidas en la juventud. «Algo de lo que siempre me había sentido de verdad orgulloso es de mi buena cabeza, además de mi buena vista. Ahora tengo el cerebro algo perturbado, y cuando lo pienso, creo que tanto consumo de drogas fue una pérdida de tiempo. Aunque por entonces me encantaban». ¿Llegó a convertirse en un adicto? «Yo era demasiado vanidoso para caer en la adicción. Estaba empeñado en hacer carrera como actor, así que no podía permitírmelo. También tuve la suerte de contar con un respaldo familiar muy sólido, de clase media, militar. Lo que me fue de ayuda».
De joven, dice, era incapaz de desconectar. «Ahora soy más contemplativo. La naturaleza me fascina, y lo digo en serio. Sé que parezco un muermo de tío, pero me gusta la tranquilidad. Soy el primero en sorprenderme. Será que mi vida ha cambiado de orientación».
Pocos días después, el actor me llama de repente. Dice que en la entrevista estuvo un poco a la defensiva. «Es difícil adaptarse a la seriedad de estos tiempos. Hemos perdido la perspectiva. Y humor, sin duda. Y el humor es fundamental en mi vida. Así que ¿cómo hago para seguir llevando la vida con humor?». Y, de nuevo, matiza: «Pero quizá sea una época muy interesante para estar vivo. O, al menos, para ser un muerto viviente».
© The Times Magazine
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