Treinta playas en treinta kilómetros: una de las costas más apabullantes de España
ASTURIAS
Un recorrido sentimental y práctico por el verano del norte, entre Llanes y Ribadesella, con playas de postal, culines de sidra y el mar bello y arisco
Vacaciones en Asturias: pueblos y restaurantes donde comer muy bien
![Vista de la Playa de Torimbia](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2023/07/05/torimbia-RVGuUgUX1MM6RgHiQwiXYsO-1200x840@abc.jpg)
A finales de los años 80 el gobierno asturiano apostó por plasmar la esencia del Principado en una imagen con fines turísticos. Así nació el logotipo 'Asturias, paraíso natural'. Una marca a la que extensos tramos de su litoral avalan con creces. Y este que hoy nos ocupa, el que media entre Ribadesella y Llanes, lo hace además de modo superlativo.
Ribadesella, palacetes y mar
Ribadesella suena con nombre propio entre las poblaciones marítimas astures. No en vano goza de la distinción de 'municipio de excelencia turística'. Su combinación de mar, río y montaña, sus verdes plurales y la ancha ceja arenosa de Santa Marina son genuinos arquetipos del paisaje cantábrico; el mercadillo de los miércoles -curiosear y comprar, pasear y departir-, dar buena cuenta de un cachopo y unos culines de sidra en el Tarteru o de un pastel de centollo con el mar a vista de pájaro en La Portiella de Tereñes lo son asimismo de la calidad humana y la apuesta por la vida de los riosellanos. De Santa Marina, en concreto, se impone pregonar las excelencias de la que es, sin duda, una de las playas urbanas más elegantes y vistosas del territorio español y parte del extranjero. A ello contribuye en altísima medida el conjunto arquitectónico de palacetes, casonas y chalets situados en primera fila a lo largo de su paseo marítimo. Es, mayormente, obra de indianos -así se les conoce por aquí-, asturianos que, a caballo entre el siglo XIX y el XX, emigraron al Nuevo Mundo soñando con hacer las américas. Aquellos que lo consiguieron, tras regresar al cabo de los años a su terruño, emprendieron una carrera frenética de ostentación de sus fortunas, ribeteando la playa riosellana de tales edificaciones con ecos tropicales.
El litoral asturiano está colmado de abruptos acantilados y declives, cabos para atalayar mar adentro el horizonte, rías como fiordos, bahías y ensenadas a granel y galanas villas marineras. Todo esto como aderezo de sus casi 272 km de playas, los elementos sustanciales que cohesionan semejante explosión de naturaleza bravía y primores urbanos. Solo en los 31 km del tramo que estamos considerando se cuentan exactamente 30 de ellas: éstas aquí, extensas lunas menguantes escenificando el íntimo abrazo entre la tierra y el mar, de las que Torimbia es el prototipo; aquéllas allá, jugando al escondite cuando la marea alta las oculta casi por entero, el caso de Guadamía; unas hermanadas con formaciones geológicas insólitas, como Cuevas del Mar; otras recónditas, accesibles solo a pie por sendas estrechas, ribeteadas de vegetación, ejemplificadas en Gulpiyuri; y, en fin, una ilimitada variedad capaz de satisfacer gustos de tomo y lomo y no dejar a nadie fuera de juego.
![Vista desde el mirador de los acantilados del Infierno. En primer término la Punta Canto de Palo Verde, sobre el arco rocoso; al fondo, el islote homónimo y el de Pequeño Palo](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2023/07/05/acantilados-Asturias-U53734436651LYy-624x385@abc.jpg)
Acantilados del Infierno
Desde Ribadesella, una electrizante ruta de senderismo por los acantilados del Infierno alcanza el límite con el concejo de Llanes, donde la playa de Guadamía oficia de punto de partida para acceder al campo de bufones de Pría, el más extenso de Asturias, declarado Monumento Natural. En los periodos de marejada, los hondos quejidos del Bramadoriu -su nombre local- se escuchan a kilómetros de distancia. El mar brama al ascender por estas chimeneas de caliza horadadas al alimón por el oleaje y las lluvias y sale a la superficie al estilo géiser, formando surtidores de agua pulverizada en gotas de hasta 20 m de altura. Y los lugareños nos advierten con su consabido proverbio: «Cuando sientas sonar el pozu Pría, coge leña para otro día».
Bellísima Torimbia
Con 500 m de longitud y 100 de anchura en marea alta, Torimbia es una concha majestuosa, semisalvaje, escondida y bellísima. A tales bondades paisajísticas se añaden las cinematográficas, aprovechadas por José Luis Garci en El Abuelo (1998) y Gonzalo Suárez en El genio tranquilo (2006). Mucho antes Torimbia ya había atraído a los partidarios de la usanza naturista, que allá por los años 60 la convirtieron en la primera playa nudista del Principado. El ambiente hippie que se respiraba por entonces -aún le queda algo de aquella atmósfera bohemia- era perfecto para mostrarse desnudo sin remilgos. Actualmente sigue sin contar con servicios, salvo los de su chiringuito, que abre en temporada alta y solo fines de semana. Con el mar a ojo de pájaro, es un excelente sitio para degustar cocina asturiana, pescados frescos -¡ay, esa ventresca de bonito a la brasa!- o elaborados arroces, incluso en traje de Adán sin que tal capricho atente aquí contra el protocolo establecido.
![Nuestra Señora de los Dolores, una ermita con magia](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2023/07/05/niestra-senora-dolores-U38824875856vyR-624x385@abc.jpg)
El embrujo de la ermita
Pocos kilómetros más hacia el Este, la carretera de la costa nos conduce a la ría de Barro, donde exhibe su maciza fisonomía dieciochesca la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Dolores, reflejada con marea alta en una laguna de aguas quietas que ciñen tres de sus costados, transformando su asiento en una península. He aquí una estampa con embrujo donde las haya, de una belleza grávida de misticismo, un trampolín hacia el sosiego intemporal del cuerpo y del espíritu. De dicha laguna -ensoñaciones aparte- se beneficia el intrépido Hugo Suárez, de la Escuela Asturiana de Surf, iniciando en ella a los neófitos de la apasionante aventura del paddle surf. Y, a la vera de la propia playa de Barro, el hotel Miracielos, gestionado por Fernando y su familia, nos proporciona la excusa perfecta -suculenta cocina y cercano alojamiento- para dejarnos seducir por el hechizo del entorno.
![Playa de Gulpiyuri](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2023/07/05/Gulpiyuri-U03517743375IoJ-624x385@abc.jpg)
Una playa que no tiene mar
Gulpiyuri, 15 km al oeste de Llanes, no tiene igual. ¿Hay mayor perplejidad que la de una playa que no tiene mar? Pues ésta última héla aquí: las olas no están presentes, pero sus aguas se filtran desde el litoral en un recorrido subterráneo de 100 m, dando lugar en marea alta a una serena poza cristalina semicircular, orillada de arenas gruesas y rocas calizas tapizadas por la verdeante fragosidad del monte bajo. Fuera, el Cantábrico ruge; dentro, calma total. Hace un par de décadas, solitaria y silenciosa, costaba trabajo encontrarla; hoy, devenida en un destino turístico masivo y tumultuoso, sus reducidas dimensiones ocasionan que diez personas sean ya una multitud.
![Cubos de la Memoria, en Llanes](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/viajar/2023/07/05/llanes-U88562024312xba-624x385@abc.jpg)
Poo y luego Llanes
A un kilómetro escaso de Llanes, calificada como Paisaje Protegido de la Costa Oriental, la playa de Poo propiamente dicha constituye la ancha desembocadura, entre poderosos acantilados, de la ría Vallina, invisible cuando la marea alta la sumerge cuatro metros bajo la superficie marina. Pero es entonces cuando se produce algo excepcional: la inundación de la citada ría, de la cual surge como por encanto sobre el lecho arenoso una extensa piscina de agua salada y de faz en eterna calma, resguardada a 300 metros de distancia de las veleidosas acometidas del oleaje exterior; es el resultado de otro alarde geomorfológico más entre los muchos presentes en el litoral llanisco, la cala nunca vislumbrada ni en sus mejores sueños por las familias con menores. A pie de esta piscina singular de presencia y ausencia marcadas por las mareas, el restaurante Rocamar, que atiende Eva con su simpatía arrolladora, pone el contrapunto adecuado al paisaje de arena y mar con sus deliciosas especialidades culinarias, arroz con bogavante y fabes con almejes, por nombrar un par de ellas.
Finalmente, la muy noble y leal villa de Llanes, blasonada y elegante, punto final de este recorrido, con su oferta de dos menús perpetuos: el cultural y el gastronómico. Del primero, la elección de los turistas se reparte mayoritariamente entre los paseos por el Casco Histórico, por los Cubos de la Memoria de Ibarrola -en la escollera más artística del mundo- y, ahora en verano, entre sus tres Fiestas de Interés Turístico, las de la Magdalena en julio, San Roque en agosto y la Guía en setiembre. Del segundo todo resulta tentador, desde los pescados de roca y los mariscos hasta el lechazo y el cabritu, máxime cuando se sirven en cualquiera de sus terrazas asomadas al Cantábrico, donde la brisa marina se traduce en alivio de los calores del estío.
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