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Yucatán, en los ríos secretos

Fuente de agua y vida, miles de cenotes o acuíferos que cruzan las entrañas de la Península de Yucatán permiten al viajero bucear en los misterios del inframundo maya y gozar de un paraíso natural propio de dioses

Yucatán, en los ríos secretos

Don Cleofás Pool, maya ejidatario de una parcela a 10 minutos de Playa del Carmen, en el estado mexicano de Quintana Ro, vio mientras limpiaba su terreno cómo una iguana de grandes proporciones se escondía tras unas rocas. «Mi hermano —explicaría después— cocina muy bien su carne, así que traté de atraparla». Fue hacia el lugar, removió las piedras y escuchó con sorpresa el ruido de un peso golpeando agua. «Había descubierto la cueva». Corría 2006 y comenzaba la leyenda de Río Secreto, donde sus 18 kilómetros explorados revelaron un paisaje extraordinario trufado de todo tipo de espeleotemas, formas de vida mineral que nacen, crecen y mueren, con estalactitas de múltiples tamaños y colores; estalagmitas que crecen de abajo arriba en los lugares secos y que forman columnas cuando se unen con las primeras, represas minerales que contienen el agua que fluye, coladas, raíces arbóreas que traspasan la roca caliza creando construcciones espectaculares que no se pueden encontrar en otras cuevas del mundo, y cientos de formas imposibles de la naturaleza que según Otto von Bertrab, que abrió brecha en este acuífero agarrado con otros dos exploradores a una larga línea de la vida, «aún no aparecen ni en los libros de espeleología».

Fue el hallazgo de un nuevo paraíso —se calcula que hay más de 6.000 cenotes en la península— bajo el pedazo de selva de don Cleo, allí donde los mayas vieron en el «dzonot» (abismo) una entrada a las maravillas del otro mundo y el centro de comunión con los dioses. Una ventana al más allá, el Xibalbá, donde los muertos habitaban. Por eso bajo el espejo del agua límpida en que nos hallábamos sumergidos, protegidos por el neopreno de su baja temperatura y por un casco con luz de las afiladas aristas y de la noche perpetua, asistimos a la belleza del silencio, sentimos la inmensidad de la oscuridad total y la emoción de nadar por el curso de la formación de la tierra, a veces por espacios tan angostos que a alguno les pareció hacerlo por el fin de sus días. Para los que hemos buceado entre los corales del mar abierto, penetrar en el reducto de estas aguas misteriosas y puras es una revelación casi mística que nadie debería perderse. Incluso si no se es un nadador experimentado ni se tiene la más mínima noción de espeleología. Basta con no pasarse de listo desobedeciendo al guía y saber poco menos que flotar ya que tienen preparados chalecos salvavidas para los menos atrevidos y en gran parte del tramo de las dos horas que dura la aventura el agua no supera los 50 centímetros.

Nos cuentan en el vientre del cenote que el impacto de un meteorito hace 65 millones de años sobre la ciudad de Mérida hizo emerger la península de las aguas marinas; al menos, es la hipótesis sobre su formación que los guías arguyen con más convicción y que demuestran a la vista de fósiles de moluscos o de enormes corales marinos que forman las paredes y cúpulas de estos sistemas subterráneos de agua dulce. Además, está la constitución geológica calcárea de Yucatán que, según el arqueólogo Luis Alberto Martos, es causa de que el agua difícilmente se conserve en la superficie y se filtre hasta los mantos freáticos, a veces muy profundos. «Por ello, —explica— los cenotes fueron para los antiguos mayas de esta zona fuente primordial de agua y de vida, razón y corazón de los asentamientos, notables elementos de la geografía sagrada, escenarios simbólicos y espacios para el desarrollo de rituales de lluvia, de vida, de muerte, de renacimiento y de fertilidad». Numerosos restos humanos hallados en algunos de ellos son vestigios de su uso como escenarios de sacrificios humanos, en unas ocasiones, y de depósitos funerarios, en otras. Y los altares y adoratorios erigidos junto a sus entradas, la prueba de su veneración. Razón que nos lleva a asistir como paso previo a nuestra particular conquista del inframundo a la ceremonia de petición de permiso a los dioses que es también el encuentro con la tradición viva del h' men, sacerdote maya, que mediante la quema de copal y exhortos en la lengua del rey Pacal, nos purifica, nos reconforta y nos consiente.

La pervivencia de los ritos

Hoy los campesinos mayas, cuyas tierras han sido convertidas en lugares de peregrinaje turístico y a sus moradores en empleados de la industria que se genera, siguen realizando rituales en las bocas de estos fenómenos naturales. Para ellos, los chacs o chaces, dioses de la lluvia, permanecen en el fondo de los cenotes, y extraen agua de las cavernas más profundas, la zuhuy-ha o agua virgen, que ni siquiera ha sido tocada por la luz, para llevar a cabo la ceremonia del ch´a-chak o rogativa para que llueva. También creen que los aluxes, duendecillos de los montes, habitan en sus galerías subterráneas, por lo que es necesario agasajarlos con ofrendas, e incluso no dudan de la existencia de seres míticos como la serpiente gigante «Sukan» de la que dicen guarda los mantos del vital fluido. Para los más cobardones, apuntaré que en mi viaje a las profundidades del cenote no avisté a ninguna de estas criaturas, tan sólo algún ejemplar despistado del inofensivo pez gato.

Lo único indudable es que estos acuíferos de aguas cristalinas son la fuente primordial para el abastecimiento de agua de las poblaciones de Yucatán, y que ciudades como Mérida, Cancún o Playa del Carmen, corazón de la Riviera Maya, dependen de ellos para su desarrollo. Ahora, además, son también un filón para el sector turístico que ha encontrado en la magia de dejarse llevar a la fascinación por la corriente de un río secreto la propuesta ineludible. Pero con mucho cuidado. «No destruyamos en unos minutos lo que la naturaleza tardó millones de años en crear» es la plegaria que nos sale a cada paso que damos hacia el México más desconocido y misterioso.

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