Cómicos, memoria y pájaros de papel
EL primero en llegar a la cita es Imanol Arias, que ha dejado en los alrededores de los estudios Sound Garden al puñado de paparazzi que desde hace unos días frecuenta la puerta de su casa. Se lo

EL primero en llegar a la cita es Imanol Arias, que ha dejado en los alrededores de los estudios Sound Garden al puñado de paparazzi que desde hace unos días frecuenta la puerta de su casa. Se lo cuenta el actor entre resignado, molesto y entretenido a Carmen Machi, que llega a los pocos minutos, después de un largo y cariñoso abrazo que hubiera hecho las delicias de alguno de esos aprovechados de la cámara. Completa el trío, minutos después, Emilio Aragón, que sorprende a Imanol sentado al piano y esbozando melodías. Hace más de nueve meses que concluyó el rodaje de «Pájaros de papel», la opera prima cinematográfica de Emilio Aragón, y el reencuentro entre el director y dos de los protagonistas de la película -se estrena el 12 de marzo-, sirve para abrir la caja de los recuerdos...
«Yo no había cantado en mi vida -arranca Imanol Arias, el más efervescente de la reunión-, y ha salido de manera inconsciente, porque Emilio no le dio ninguna importancia; me dijo que tendría en cuenta que yo no cantaba, y arregló las canciones. Pero luego hizo una cosa de músico, de sabio: yo en el estudio de grabación estaba tan tenso y nervioso como si debutara en el Teatro Real, y así no se puede... Y salió, sobre todo en una de las canciones, una versión muy rabiosa, que nos sirvió mucho para rodar. Y cuando ya estaba todo hecho, y fui a doblar una frase que quedaba, me hizo volver a cantar la canción dos veces; y la primera es la que ha quedado en la película, porque era la que sumaba todo: la falta de miedo, la falta de preocupación, lo que había hecho en la película...»
«Cantar bien -interviene Emilio Aragón- no era tan importante en el género de las varietés... Y no sólo en España. Ahí están los ejemplos de Jimmy Durante, Maurice Chevalier, Celia Gámez... No necesitábamos que fueran grandes voces, sino que supieran colocar bien las frases».
«Pájaros de papel» narra las terribles condiciones en que tuvieron que trabajar los cómicos de la época, pero destila nostalgia. ¿Cualquier tiempo pasado fue peor? Imanol toma de nuevo la palabra: «De lo que habla la película no es de que cualquier tiempo pasado fue peor, sino que el dolor pasado es mucho mejor. La película habla de cómo superar el dolor. Un dolor hacia la pérdida que no tiene sentido. Hay una forma de ser artista -y eso está también en la película- que conlleva una cierta alegría, necesaria sobre el escenario, que puede transformar la vida. Esa alegría es la que permite a los personajes salir de todas las vicisitudes. Y hasta un tipo dolido, a quien le cuesta aprender, como Jorge del Pino -mi personaje-, puede llegar a ser protagonista de una historia, porque está en un mundo donde la alegría, la creación, es casi la filosofía predominante».
Romántico y nostálgico
Se confiesa Emilio Aragón como un romántico y admite su vena nostálgica. «Para los cómicos de aquella época, subir al escenario era entrar en otra dimensión, en otro mundo. Actuar en ciertos teatros costaba mucho, muchísimo. Recuerdo haber escuchado a menudo a mi padre contar cómo él y sus hermanos soñaban, durmiendo en camerinos, el momento en que llegarían a tal o cual teatro. «¡Y nos escribíamos hasta las críticas!», decía. Eso lo hemos tratado de reflejar en esta película, y cuando estos cómicos suben al escenario están en sagrado».
A Carmen Machi se le iluminan los ojos y su mirada ríe ilusionada cuando escucha hablar de aquellos tiempos. «El personaje de Rocío Moliner me ha hecho darme cuenta de dónde vengo -revela-. Esa necesidad de sobrevivir... En esta película los personajes están en situaciones muy límites. Pero en esa época tan difícil, cuando todo el mundo tenía la sonrisa cuajada, esa gente se subía a un escenario para que los demás se divirtieran. Exactamente igual que hacemos ahora. Ella se sube al escenario por una necesidad igual a la que tengo yo».
Una vez abierta la espita de la memoria, es hora de los recuerdos. «Pedro Peña -relata Emilio Aragón- me contaba la de horas que pasaba entre cajas viendo a los maestros, porque esa era su escuela. No había otra. «Yo no me iba al camerino ni a fumar -me decía-, me quedaba viendo a los grandes y tratando de chupar todo lo que podía. Y aprender»». Y también evoca Imanol: «Yo pienso en Alfonso Goda, y en su Segismundo de «La vida es sueño». Aquél fue mi primer papel de meritorio, con Tamayo, que me dijo -y remeda la voz despedazada del director granadino-: «Ahora, vete a hacerte a la idea y a asimilar que estás en mi compañía, y tienes siete días», y a los siete días yo tenía que estar dando el callo... Pienso en Alfonso Goda y le oigo decir: «Hipógrifo violento que corriste parejas con el viento»...».
«Se trata de hacer»
Jorge del Pino es el nombre del personaje al que interpreta Imanol Arias, que en el rodaje, asegura, aprendió que «hay que trabajar y no tener tanto miedo ni tanto cálculo. Se trata de hacer, hacer, hacer, hacer, hacer. Y en el mejor de los casos, nunca tendrás el cien por cien de lo que esperas, pero tampoco tendrás menos del cincuenta por ciento. Esto está muy claro en esta película. Y aún más trabajando con Emilio. Yo hacía cine después de mucho tiempo y me sentí liberado de toda esa responsabilidad estúpida que no tiene por qué estar. No tienes ataduras y trabajas más libremente».
«Estoy totalmente de acuerdo -asiente Emilio-. André Previn, el director de orquesta, decía que se tiraba de los pelos cuando la mayoría de los alumnos de las clases de dirección que impartía, al preguntarles qué iban a hacer y qué ofertas tenían, le decían: «Sí, tengo ofertas para dirigir alguna orquesta en una comedia musical, pero eso yo no...». Se aprende de todo. La única manera de enriquecerse profesionalmente es esa. Naturalmente, no hay que hacer cualquier cosa. Pero hay que hacer, y unas cosas saldrán mejor y otras peor».
Es el momento de recordar el rodaje que, fue, por lo que describen, una fiesta. Lo explica Carmen Machi: «En esta película pasó algo que se dirá que ocurre en todas, pero es que todo el mundo tomó esto con una ilusión... Como si fuera el primer trabajo de todos». «Nos gustábamos mucho», ríe Imanol. Y sigue Carmen: «Emilio contagia muy bien su entusiasmo, y nos contaminaba y nos hacía sentir muy bien por estar en el proyecto. Cada segundo de la película era una alegría. Había cumpleaños, y mucho vino y mucho jamón».
Suben los grados de entusiasmo al recordar los desahogos gastronómicos en medio del trabajo. Era un rodaje de «bodegueros», dicen -más de uno de los participantes participa en negocios vitícolas y gastronómicos-, e Imanol confiesa que «peleábamos por ver quién traía el mejor lomo o el mejor jamón». Emilio se justifica: «Cuando te recogen a las seis de la mañana y te dejan en casa a las diez de la noche, como ocurría muchos días, ese parón a las once sabe mucho mejor con un buen jamón y un buen vino. Para el próximo rodaje hay que instaurar jornadas gastronómicas, o algo así. Ya hicieron una paella estupenda las chicas de maquillaje, ¿recordáis?» «¿Y el día en Almagro en que Carmen -interrumpe Imanol- repartió las berenjenas que nos había hecho una señora?»
Y es que un rodaje da para mucho. Emilio habla ahora de Pepe Salcedo, el montador, «¡que ha trabajado con Buñuel!», y destaca su mirada limpia, desprejuiciada, que le permite ver la película desde otro punto de vista. «A mí -apostilla Imanol- me dijo que no trabajara todo el pasado del personaje ocultando la mirada; que lo hiciera todo a mirada abierta». Se habla de Bina Daigeler, la figurinista, que defendía la belleza de un vestido que, en principio, no iba a tener protagonismo. ««Allá tú», me dijo, porque es un vestido muy bonito». «Y hubo que escribirle una canción al vestido», evoca Carmen. «Sí, el «Babalú», que luego utilizamos dos veces».
Compromiso
«Yo hacía mucho tiempo que no veía un compromiso así por parte de todo el equipo», asegura Imanol, a quien corrobora Emilio: «Si la gente se implica, si le duele la historia, la gente está... Y en esta película la gente estaba. Y tuvimos tiempo para todo. Para el descanso, para la relajación... Ha sido uno de los trabajos más intensos que he hecho en mi vida. Al día siguiente de terminar el rodaje era como si me hubieran dado una paliza. Se me vino todo encima. Durante el rodaje volví a fumar -me fumaba la Tabacalera-, luego lo he vuelto a dejar... Todo fue muy intenso».
Y recuerdan los tres una anécdota que ilustra, aseguran, el clima del rodaje. La cuenta Emilio: «Coincidió que el día en que estábamos haciendo la secuencia en que Rocío Moliner, el personaje al que interpreta Carmen, se despedía de la compañía estábamos en la fachada del teatro Municipal, en Almagro, y era el Día Mundial del Teatro. Estábamos ensayando y aparecieron cincuenta niños de un colegio con sus profesores. Paramos y, sin decir nadie nada, se empezó a crear un teatro de calle. Los monociclistas hicieron un número, Lluís e Imanol cantaron una de las canciones, Carmen también cantó con las cupletistas... Todo de una manera muy natural».
El rodaje fue muy fluido. «No hacíamos más de dos o tres tomas», señala Emilio. «Imanol no es de más de dos tomas», añade Carmen. Sigue Emilio: «A veces hacíamos una toma más por si acaso, para estar seguros; las llamábamos las tomas de Mapfre». «Y cuando se anunciaba: «¡Una más por Mapfre!» -ríe Imanol-, yo cantaba siempre: «Me siento seguuurooo»».
TEXTO JULIO BRAVO FOTO VÍCTOR LERENA
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