la tercera
La extinción del empresario innovador
«España es uno de los países dónde es más difícil y costoso abrir o cerrar negocios, aumentar el tamaño de la empresa por encima de cincuenta trabajadores»
El duelo
Las virtudes del federalismo

Los principales organismos oficiales nacionales e internacionales, así como numerosos centros privados de investigación, llevan tiempo avisando de una debilidad fundamental de la economía española: el estancamiento de nuestra renta per cápita en la última década y media. Así sucede que tenemos hoy prácticamente ... la misma renta per cápita en términos reales que teníamos en 2007. Esta incapacidad de generar ritmos de crecimiento tendencial del PIB superiores al avance de la población no la padecen la inmensa mayoría de los países de la eurozona. Consecuentemente, nuestra renta per cápita, nuestro nivel de vida, se ha ido alejando del promedio de la eurozona, habiendo retrocedido desde el 92 por ciento de dicho promedio que alcanzamos en 2005 hasta el 85 por ciento que tenemos hoy día.
El ritmo de avance de la renta per cápita viene determinado básicamente por el grado de innovación y la intensidad de capital del aparato productivo, por la calidad de los factores de producción y por la mayor o menor eficiencia del proceso de asignación y reasignación de dichos factores hacia sus usos más productivos. El marco institucional y fiscal por un lado, y el empresario, especialmente el empresario innovador, por otro, desempeñan una función esencial en todos estos procesos. El pobre comportamiento de nuestra renta per cápita obedece en gran medida a las deficiencias de nuestro marco institucional y fiscal, así como al declive y la escasez relativa de la oferta de empresarios, especialmente de los innovadores.
No es fácil distinguir entre unos empresarios y otros. En principio, los empresarios, digamos, replicativos serían aquellos dedicados a producir cosas muy similares a las que ya se producen. Los empresarios innovadores se orientarían predominantemente a la producción de nuevos productos o a la adopción de mejoras organizativas o de nuevos y más avanzados procesos de producción o a la apertura de nuevos mercados. La distinción, empero, no es nítida. Amancio Ortega y Juan Roig son ejemplos paradigmáticos de empresarios innovadores, produciendo cosas similares a las que se producían antes pero introduciendo cambios revolucionarios en los procesos organizativos y de producción y abriendo nuevos mercados. Una característica diferenciadora habitual son los riesgos que corren unos y otros tipos de empresarios. El empresario innovador, sobre todo en sus inicios, suele afrontar riesgos mucho mayores, la probabilidad de fracasar es muy superior a la de los empresarios replicativos e igualmente es muy superior la rentabilidad que consigue si tiene éxito. Los empresarios innovadores no son necesaria ni frecuentemente inventores o científicos, pero son capaces de detectar los inventos o avances técnicos y científicos que se pueden aplicar para transformar las cosas que se producen o la forma en que se producen. Por otra parte, la innovación no sólo surge de la aplicación comercial de conocimientos técnicos o científicos sino también del descubrimiento, por prueba y error o por accidente, de nuevos métodos para hacer las cosas o de nuevas cosas que hacer. Por esta vía, empresarios replicativos se convierten a veces en empresarios innovadores.
¿De qué depende la oferta de empresarios, en especial de empresarios innovadores y qué se puede hacer para estimularla? Contestando a la primera parte de la pregunta se contesta a la segunda. Desgraciadamente, este siempre ha sido un terreno huidizo para la economía por la dificultad de contar con suficientes observaciones homogéneas para poder aplicar el aparato estadístico de la disciplina. Pero la historia, la sociología y las biografías de empresas y empresarios nos ofrecen algunas pistas sólidas para responder a las preguntas planteadas. El empresario persigue ante todo hacer fortuna, entre otras cosas porque con ella se prueba el acierto de su aventura empresarial y vital. Pero no busca únicamente ganar dinero sino también prestigio, busca el reconocimiento social, la admiración o cuando menos el respeto por parte de sus conciudadanos. Estas son, pues, las dos variables fundamentales que mueven la oferta de empresarios, especialmente de los innovadores: la rentabilidad, la fortuna potencial que puede acumular después de pagar impuestos, y la consideración de la figura del empresario y de la actividad empresarial por la sociedad. La situación de nuestro país en ambos frentes no ha sido nunca muy boyante, pero el deterioro sufrido en uno y otro ámbito desde la conformación del Gobierno socialcomunista en 2018 ha sido alarmante.
España padece la (primera o la segunda, según se mida) tasa efectiva de tributación empresarial más elevada de los países europeos y es prácticamente el único con impuesto de patrimonio, aumentado además y de forma sustancial recientemente. Por otra parte, el marco laboral y las regulaciones contables y fiscales sitúan a nuestro país entre aquellos que cuentan con menores facilidades para hacer negocios, según los indicadores internacionales al respecto. Uno de los países dónde es más difícil y costoso abrir o cerrar negocios, aumentar el tamaño de la empresa por encima de cincuenta trabajadores o ajustar y redimensionar plantillas para adecuarlas a las condiciones de la demanda o las exigencias de la tecnología. La situación es aún más preocupante en lo concerniente a la consideración política y social del empresario, especialmente del empresario innovador. Con la llegada al poder de partidos de inspiración comunista y la entusiasta aceptación del grueso de su retórica y su praxis económica por el Partido Socialista actual, se inició desde el Gobierno una campaña de burdas descalificaciones del empresario, especialmente de los más exitosos, acompañada de rancios latiguillos marxistas hace tiempo arrumbados en los países avanzados.
En suma, en España la oferta de empresarios y en particular de empresarios innovadores es mucho más limitada que en países comparables porque compensa mucho menos innovar. El saldo entre las ganancias potenciales, pecuniarias o de otro tipo, y los costes de la actividad empresarial es mucho más desfavorable. Ha sido una constante de la política española de antaño y de hogaño la preocupación por preservar la vida de múltiples animales irracionales en riesgo de desaparición. Ojalá algún día tengamos un gobierno que se ocupe con el mismo celo de la supervivencia y proliferación del empresario innovador, una valiosa especie hoy en riesgo de extinción.
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