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navarra

Vera de Bidasoa, remando al Bidasoa

La llamada del río invita a perderse por los alrededores en insospechadas aventuras, un lugar que hace un siglo acogió a los Baroja

Vera de Bidasoa, remando al Bidasoa

manuel erice

De la villa navarra asomada a las mugas de Francia y Guipúzcoa parten senderos de ensueño: rutas para patear o pedalear la frondosa montaña, el sinuoso río cantábrico que alimenta preciadas truchas y salmones y el camino de losas que conduce al portón de « Itzea», caserío entre caseríos blasonados y engalanados con flores que acogió hace un siglo a los Baroja y que sirve hoy de primer reclamo para quien se acerca a Vera de Bidasoa. La personalidad que Pío imprimió a la noble casona y el alcance imaginario de los más de treinta mil volúmenes que hoy colman su colosal biblioteca contrarrestan la carencia de un museo y de visitas guiadas a sus dependencias, en las que el autor de "Zalacaín el aventurero" emulaba a su protagonista con intensas peripecias a lo largo y ancho de su ilimitado mundo interior. Al otro lado del arroyo de Xantelerreka, mecida por un sonido casi silencioso, surge la estela funeraria que el escultor Jorge Oteiza dedicara a Julio Caro, el brillante y desmitificador antropólogo forjado desde niño en la vasta cultura de su tío.

Casi a tiro de piedra y tras alcanzar las ventas de Ibardin, quizá al golpe de pedal característico de esta hermosa tierra de ciclistas, en Francia se sigue respirando el aroma y el verdor de un continuo paisaje idílico. Entre los agrestes caminos de alderredor, solo aptos para andarines y jinetes, estraperlistas y mugalaris hicieron oficio durante muchos años facilitando el contrabando a un lado y otro de la frontera y, en especial, coincidiendo con la escasez que impusieron las guerras, labrando historia y leyenda en idéntica proporción.

Retomando Vera, un paseo por el barrio de Larumbe sumerge en el recuerdo de episodios que nos retrotraen a la lucha contra el invasor francés en las estribaciones del XIX. En el fragor de las batallas con las que Napoleón Bonaparte hizo temblar a Europa, se vino a alojar su hermano y rey de España, José "Pepe Botella", en franca huida tras la batalla de Vitoria, en 1813.

Decir San Esteban es hablar de su iglesia, de origen medieval y que alberga un célebre órgano romántico, pero también es referirse a las celebraciones que tienen lugar en su honor a principios de agosto, en las que combinan la buena mesa y la danza vasca con la cucaña que hace omnipresente al río Bidasoa. Mis intensos recuerdos de despreocupada juventud me regalan hoy imágenes de mozos y menos mozos intentando no perder el equilibrio en su caminar sobre el largo y enhiesto tronco, en una suerte de competición que la mayoría de las veces culminaba en agradecidos chapuzones. Como en la vida, que diría Cela, quien resistía ganaba.

Pero la llamada del río trasciende Vera e invita a perderse en los alrededores para insospechadas aventuras. La denominada Ruta del Bidasoa , que en su recorrido abraza Echalar, donde se puede degustar la mejor paloma del norte; Lesaca, de inolvidable casco histórico y donde se fabrica una refrescante sidra natural, y el parque señorial de Bértiz, que acumula robles, hayas y un inolvidable jardín botánico.

Vera de Bidasoa, remando al Bidasoa

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