Santillana del Mar, un viaje al pasado
Esta villa medieval por la que parece que no ha pasado el tiempo no es lugar al que se acude a veranear, pero si un lugar que motiva ser visitado

Dentro de esta serie "El verano, todos los veranos", Santillana del Mar tiene una característica épica: probablemente no hay ningún otro lugar en España en el que las fotos que ilustren el texto puedan mostrar menos diferencias urbanísticas entre hoy y hace 50 o 100 años. O 400, si hubiera fotos de aquella época. Porque en Santillana el tiempo se congeló hace unos quinientos años , pero lo que no se congeló fue el paisanaje y éste sigue lloviendo sobre la villa cada día –a millares–. Quizá por ello resulte especialmente conveniente, como si estuviéramos visitando la Serenísima República de Venecia, madrugar y adentrarse en sus calles a primerísima hora de la mañana. Desayunar en cualquiera de sus bares un sobao pasiego y un vaso de leche fomenta la comunión con el entorno.
Porque, en puridad, Santillana del Mar no es un lugar al que se acude a veranear, pero sí un lugar que motiva ser visitado cada verano. Cada vez son menos los poseedores de las antiguas casonas, villas y palacios que escogen veranear entre el asedio turístico, pero la centralidad de la villa invita a visitarla desde cualquier lugar del norte de España. La localidad fue en la Edad Media capital de la Merindad de las Asturias de Santillana, y desde el Paleolítico ha sido lugar de asentamiento y de caza para el ser humano. Es por ello por lo que a sólo dos kilómetros del centro urbano se encuentra la cueva de Altamira , cuyas pinturas rupestres fueron vistas por primera vez por una niña de 8 años, vecina de la merindad, que acompañaba a su padre, aficionado a la arqueología. A diferencia de él, la pequeña podía ponerse de pie y mirar para arriba. Cuando lo hizo exclamó: "¡Papá, bueyes!", y el estudio de la historia del ser humano empezó a redactar un nuevo capítulo sobre el que se sabía muy poco. Por cierto –y con perdón–, la niña se llamaba María Sanz de Sautuola Escalante y es la bisabuela del arriba firmante. El museo-réplica de las cuevas, fruto en buena medida de la iniciativa privada por medio de la Fundación Marcelino Botín, es una visita imprescindible.
El paseo por las calles de Santillana de buena mañana permite ver su arquitectura románica con un detalle casi único en España . La visita de referencia es la Colegiata de Santa Juliana –de la que deriva el nombre de Santillana–, que data de finales del siglo XI y principios del XII. Su riqueza de imágenes resulta espectacular, como, por ejemplo, el bajorrelieve del siglo XII del ábside izquierdo en el que se representa a Santa Juliana domeñando al demonio, lo que es causa sobrada de santidad. Pero nada es comparable al retablo del altar mayor, de elaborado enmarque gótico con los cuatro evangelistas tallados.
Deslumbrados por el interior, sólo resta gozar del claustro de finales del siglo XII que te envuelve en el espíritu de la Edad Media. Y después, vuelta a caminar las calles medievales y su arquitectura civil hasta que la invasión de asiáticos guiados por un megáfono invite a buscar un lugar de solaz.
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