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Puigcerdá, el otro lado del túnel

Un pueblo resbalado en la ladera de una montaña que cuenta con un vasto patrimonio de arte prehistórico, románico, barroco y hasta modernista

Puigcerdá, el otro lado del túnel pep callís/Patronat de Turisme Costa Brava Girona

oti rodríguez marchante

En esa vieja película de Frank Capra, «Horizontes perdidos», los supervivientes de un accidente aéreo encuentran entre la inmensidad nevada del Himalaya un pasadizo, un túnel, y al otro lado está Shangri-La, que es ese lugar idílico, soleado y verde, sí, pero al que no dejarían entrar nunca a Curro, el hortera en vacaciones. Pues, sin tener nada que ver, uno llega con la grasilla de la civilización hasta el túnel del Cadí, lo cruza, y se da de bruces con la Cerdaña, una comarca catalana en su mitad sur y francesa en lo demás , que linda también con Andorra. Hay otra manera de llegar, y es que, en vez de entrar al túnel del Cadí, que cuesta unas monedas, se puede uno ir por la Collada de Tosses, es decir, carretera y montaña, pero de ese modo ha de pagarse otra moneda, el mareo de la chiquillería con el consiguiente revuelo de paradas y potas.

La capital de esta comarca es Puigcerdá, un pueblo grandote, resbalado en la ladera de un monte y de cuestas tan empinadas que lo mejor es subirlas de espaldas, para tener la impresión de que se bajan. Pero el centro es sorprendentemente llano, con una de esas plazas donde huele a churrería y con terracitas en las que siempre da el sol y se pueden tomar unas rabas que le hacen a uno preguntarse cómo habrán llegado hasta allí. La Cerdaña es a la vez una llanura, un enorme valle de 35 kilómetros de largo y más de nueve de ancho, y la alta cumbre pirenaica, lo que la convierte en un lugar ideal para practicar los deportes de montaña o para tumbarse al sol del valle y ver cómo se practican los deportes de montaña.

Personalmente, me dedico con ahínco a sorber este segundo cáliz de vigilar el movimiento del sol y la actividad de los deportistas tan variada y heterogénea al menos como la de los insectos. Pero si alguien prefiere mirar a otro lado, siempre verá una iglesia, una ermita o un monasterio, pues el patrimonio cultural de la Cerdaña es aún más diverso y numeroso que el de los insectos o deportistas, y la presencia del arte prehistórico, románico, barroco y hasta modernista, como la Torre del Remei de Bolvir, es de tal riqueza que compite en interés turístico con el esquí, el golf o la caminata.

La actividad y la inactividad son, pues, las dos grandes opciones vacacionales en la Cerdaña, y lo curioso del asunto es que ambas abren el apetito con similar eficacia; y en esa ocupación, la de cerrarlo, se encuentra también uno de los mayores atractivos de este Shangri-La, siendo el plato estrella de la zona el llamado trinxat , una maravillosa mezcla de patata y col sabiamente adornada con unas tiras de panceta frita.

En Puigcerdá está hoy el eufemismo de frontera con Francia, y antes casi de salir del pueblo se entra en el de al lado, Bourg-Madame, ya francés. Aquellas idas de entonces a comprar a «Francia» sufren hoy un curioso síndrome pendular, y son los «franceses» quienes arrasan en los comercios españoles. Y si esto quiere decir algo, ignoro lo que es.

Puigcerdá, el otro lado del túnel

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