La Rioja: De Tobía al Achichuelo
Más allá del otoño del viñedo, La Rioja serrana ofrece varios de los hayedos más mágicos de España

El otoño es la estación más increíble de La Rioja, y no sólo por la forma en la que los viñedos comienzan a rendirse al nuevo ciclo vegetativo creando mil matices de ocre en los horizontes vitivinícolas de la región, sino también por la belleza de diferentes parajes donde el otoño se apodera de una serie de espacios en los que la naturaleza más agreste se multiplica hasta el infinito para crear lugares de auténtico encanto, como el Achicuelo o el Rajao, en los que las hayas, los pinos silvestres, los tilos, los olmos de montaña y los majuelos y acebos entreveran sus hojas para dibujar una amalgama de colores que hacen que cada mirada sea una especie de ensoñación, un visto y no visto entre mágico y sensorial, donde el rumor del agua, el sonido de las pisadas sobre el manto de hojas que se depositan sin descanso a nuestros pies y el íntimo silencio de los parajes crean una atmósfera que parece fuera de la dictadura del tiempo.
Uno de estos asombrosos lugares es el hayedo del Rajao, una imponente masa arbórea de hayas, robles y pinos, muy característica de las umbrías de la Sierra de la Demanda y que configura uno de los enclaves naturales más íntimos y hermosos de La Rioja. El mejor recorrido para conocerlo a fondo parte desde el pequeño pueblo de Tobía, consta apenas de unos nueve kilómetros de itinerario y los amantes de la naturaleza podrán disfrutar de un sinfín de abedules y álamos temblones en los claros que dejan las hayas. En el cielo se pueden contemplar buitres, águilas reales, halcones; en el arroyo Riguelo truchas, y entre los árboles corzos y jabalíes. En las mañanas de otoño con niebla el paraje entero parece salido de otra época y da la sensación de que el bandido Fendetestas, aquel personaje increíble de Wenceslao Fernández Flórez, puede aparecer en cualquier recodo de este camino que discurre pegado al fondo de un valle encantado en el que el silencio sólo lo violan el canto de los pajarillos y el rumor constante del agua.
Otro paraje extraordinario del otoño riojano es el llamado «Achichuelo», a unos cinco kilómetros de Villoslada de Cameros, y al que se puede llega a través de la carretera que va a la curiosa ermita de Lomos de Orios, un llamativo enclave en el que se abrazan las aguas del Barranco de «La Chihuelo», nombre original del que nace la actual denominación, con el río Iregua, uno de los afluentes del padre Ebro. Como escribió hace unos años César Justel, la «ruta más curiosa» es la que nace desde este punto y discurre a través del llamado «Parque de Esculturas», donde se puede contemplar curiosas obras de arte insertadas en plena naturaleza y realizadas con materiales del propio entorno. El «trasmocho» (es decir, la poda sucesiva de todas las ramas del árbol a la misma altura para conseguir leña) ha dado lugar a gruesas hayas de retorcidas y encantadoras formas que asoman por todos los caminos. Así, esculpidas durante siglos por los serranos, estas magníficas obras de arte vivientes se han convertido en singulares iconos que aportan un aire mágico al paisaje. En la ribera del río habitan llamativos insectos como las gusarapas o perlas de agua, además de los simpáticos escarabajos acuáticos y los inofensivos caballitos del diablo.
Nuestro tercer destino son las Cascadas de Puente Ra. Este arroyo es otro afluente del río Iregua, que forma en su curso alto numerosos saltos de agua que originan pequeñas cascadas de gran belleza. Un paseo por la pista que parte del Achichuelo hacia La Blanca nos acercará en algo menos de hora y media a este paraje por un camino que discurre paralelo al río, con una suave pendiente, entre hayedos y pinares.
Y relativamente cerca se encuentran los siempre impresionantes Hoyos del Iregua; es decir, unas lagunas formadas por la erosión de los glaciares. El hielo que cubría estos montes durante el Cuaternario excavó en la roca pequeñas depresiones donde ahora se acumula el agua y la nieve.
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